Diario de Mallorca

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Distracciones estivales (3)

Uno de los efectos del calor es que cuesta distinguir entre la realidad aumentada y la de siempre. A partir de los 35º a la sombra, la vida adquiere una nueva consistencia, hecha de plasma y salmorejo blancuzco, y ella sola se encarga de generar fenómenos insólitos. Claro que con una doble ventaja: no es preciso usar el móvil, pues valen los medios de comunicación cotidianos, ni buscar bichos raros, porque los personajes habituales mutan de manera espontánea y se nos aparecen en extrañas y diversas actitudes. Así, en los pasados días me asaltaron las dudas al ver el insólito gesto relajado, las miradas de complicidad a los periodistas y el renovado gusto por el énfasis en determinadas expresiones ("un primer paso" o "reblandecer") que mostraba el señor presidente en funciones. Lo que más me escamó fue que pidiera un período de tiempo "razonable" para orquestar adhesiones con vistas a su investidura. Porque si no le basta el transcurrido desde diciembre de 2015 a julio de 2016, más que habitar en la realidad aumentada empiezo a pensar que hemos saltado a una realidad paralela€ o a la dimensión desconocida. Menos mal que la visión de unas fugaces imágenes vacacionales de nuestros próceres me tranquilizó: el señor Rajoy de caminata deportiva bajo el sol (por cierto, la afición por esa disciplina resulta modélica, pero está modificando su forma de andar: hace entrada en las cumbres políticas con el mismo paso marcial que cuando entrena), y el señor Sánchez, tocado con una impagable gorra de abuelo petanquero, en un chiringuito de Mojácar. Por fin vuelven a ser ellos mismos. Decididamente, no son pokémones.

Otro momento de realidad ambigua (esa paradoja de contemplar por televisión, bien retrepado en el sofá, cómo nuestros prójimos echan el bofe por tierra, mar y aire) es el que brindan las Olimpiadas. Las de este año, salpimentadas con la sombra previa del dopaje y la frustrada amenaza de mandar al graderío a la selección rusa. Entre lo más comentado hasta ahora, lo resultón de una ceremonia mucho más barata que en otras ediciones (en tiempos de crisis, croquetas, empanadillas y pasteles de pescado se convierten en las grandes estrellas del menú familiar) y el fenómeno viral del abanderado de Tonga. Reconforta ver cómo las sofisticaciones de antaño se disipan en el éter, volvemos al eterno fondo de armario cultural hispano y rescatamos el vintage de Pajares y Esteso.

Hace poco un ciudadano anónimo encontró en un mercadillo francés un grabado de Durero, desaparecido tras la segunda guerra mundial, y lo devolvió a la Staatsgalerie de Stutgart. Me llama la atención la noticia, casi perdida en el periódico del sábado pasado. El tiempo y la historia van y vienen. Leo estos días La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal. Vida y arte, como vida y muerte, siempre enlazadas.

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