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Antonio Papell

Partidos: ¿cobardía o inmadurez?

El estancamiento de la situación política tras dos elecciones sucesivas, que amenaza con provocar unas terceras, se debe al cauteloso encastillamiento de los partidos, que temen que cualquier movimiento precarice todavía más su posición. PP y PSOE, acostumbrados al viejo bipartidismo, están materialmente aterrados por la irrelevancia relativa que han adquirido en la nueva etapa, y tanto Unidos Podemos como Ciudadanos ya han comprobado como una estrategia equivocada puede producirles perjuicios irreparables: los dos han reducido significativamente su representatividad en sólo seis meses.

Este miedo cerval a moverse, a tomar decisiones que impliquen un riesgo cualquier gesticulación tiene siempre consecuencias ambivalentes, como es natural en un mundo dinámico, se ha vuelto ya bochornoso y reprobable. Veamos el caso más reciente: ante el dilema de conceder o no grupo parlamentario en el Congreso al Partido Demócrata Catalán (PDC), antigua CDC, los tres grandes partidos ¡se han abstenido!, y la minoría catalana deberá resignarse a formar parte del grupo mixto porque ha votado en contra de que se le dé grupo propio Ciudadanos, una formación significadamente antinacionalista. ¿Cómo hay que interpretar estas abstenciones? ¿Le da lo mismo al PSOE, al PP o a UP que se tenga o no una deferencia institucional con el PDC, días después de que este partido tuviera un comportamiento político lamentable en le parlamento de Cataluña? ¿Cómo hay que interpretar la abstención? ¿Como muestra de indiferencia, como prueba de falta de criterio, como evidencia de cobardía moral, como gesto diplomático??

Evidentemente, esta disposición remisa a la toma de decisiones, resistente a las definiciones, reacia a dar pasos comprometidos en un sentido o en otro está también detrás de la incapacidad colectiva que se vislumbra en relación a la tarea de formar una mayoría de gobierno. Las formaciones han adoptado una posición estática desde el momento mismo de la publicación de los resultados del 26J y nadie está dispuesto a correr el riesgo de moverse un milímetro. Ciudadanos llegó enseguida a la conclusión de que su postura de ofrecer una abstención en la segunda votación de investidura de Rajoy le salvaba tanto de las acusaciones de entreguismo cuanto de las de obstruccionista, y ni siquiera ahora, cuando se ha avenido por fin a negociar, ha cambiado de estrategia; el PSOE tuvo muy claro desde el primer momento de que, con su resultado y la enemistad hacia Podemos, lo más seguro era pegarse al terreno y no moverse un centímetro. Y Unidos Podemos, consciente de la dificultad de atraer al PSOE y de la imposibilidad de contar con el independentismo catalán, ha decido que lo mejor es agazaparse y prepararse para pasar como expresivamente ha explicado Pablo Iglesias de la guerra de guerrillas a la guerra convencional.

Nadie quiere correr riesgos innecesarios? sin ver que semejante inmovilidad desacredita radicalmente el sistema, irrita hasta el acaloramiento al electorado, carboniza el crédito de los partidos políticos y siembra un perturbador desapego hacia lo público. Por supuesto, también funciona el españolísimo "mal de muchos, consuelo de tontos", que sugiere a los diferentes responsables del desaguisado que la opinión pública repartirá a escote las críticas y hasta los merecidos dicterios. Pero se equivocan absolutamente: el fracaso del régimen es sobre todo la prueba de la incapacidad de sus actores, la constatación de su ineptitud personal y política.

La superestructura política es, qué duda cabe, un reflejo de la sociedad, pero por alguna razón que habrá que analizar, hemos alentado/permitido una decadencia que habrá que corregir. De hecho, se advierte una generalizada falta de liderazgo en las organizaciones que basta para explicar seguramente el insoportable desgaste del modelo.

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