Los ciudadanos insulares sabemos de números tanto como de ladrillo y, bien como propietarios o intermediando, todos hemos experimentado con el alquiler vacacional, aun a sabiendas de los riesgos que comporta. Así, el imaginario visitante al jardín urbanizado de Marivent, no podrá evitar hacer cálculos, tratando de sacar rendimiento a toda la inmensidad edificada hambrienta de pudientes moradores vacacionales. Con un lleno del 80% durante once meses al año, los 30.000 euros mensuales que nos cuesta el Palacio sin Congresos estarían amortizados antes del primer mediodía de ocupación; para cubrir el derrumbe y desescombro de la mencionada calamidad bastarían cuatro semanas de arrendamiento; si a una temporada entera del alquiler vacacional de Marivent le añadimos que las dos políticas mejor remuneradas de Balears abonan su almuerzo de su propio bolsillo durante el mismo periodo ¡ay!, los 81.000 parados beleares quedarían reducidos a la mitad (la otra mitad no perecería, sino que pasaría al grupo asalariado). Podría cobrarse un ojo de la cara para jugar una hora en la pista de pádel que olvidaron llamar como testigo, o imponer sanciones millonarias al inquilino cuyo perro plebeyo osara cruzarse con una perrita real. La imaginación y el ladrillo no tienen límites.

El confort de la poltrona sesga la imaginación y blanquea en exceso la dentadura. Por eso hemos decidido echarle una mano a la secretaría general de Més de lo Mateix per Mallorca, antes de que expiren el "medio y largo plazo" a los que hace tanta referencia, cuando apenas le quedan dos años y medio para volver a tercera división, su estado natural.

Aunque en su mayoría son turistas, el arrendador ocasional recibe una variopinta demanda. Muchos ciudadanos nórdicos deciden pasar las navidades o el año nuevo con sus parientes residentes en las islas; hay quienes acuden a un funeral y escogen un apartamento en el vecindario de la familia del difunto, aprovechando la estancia para un reencuentro de viejas glorias; un berlinés está reformando su vivienda recién adquirida en el barrio de Santa Catalina y alquila un apartamento similar cerca del mercado, de ese modo su familia se aclimata a su nueva segunda residencia mientras el promotor supervisa la obra, la cual se empeña en mostrar a su amable arrendador ocasional e intercambiar opiniones sobre las trabas burocráticas que convierten una pequeña reforma en una quimera; los que asisten a congresos de empresas o a cursos de formación (también de compañías hoteleras) arrendan desde tres días hasta dos semanas o un mes; alquileres invernales son copados por trabajadores especializados de la construcción destinados a edificar mastodontes del ocio consumista, así como por tripulaciones de embarcaciones de lujo que requieren seis meses de mantenimiento antes de ser botados de nuevo para el veraneo de la lista Forbes. Estos trabajadores rinden un gran favor al propietario de la vivienda puesto que, con una sustancial rebaja en el precio, cubren los meses con menor demanda. Común a todos ellos es que pagan bien y por anticipado, depositan una buena fianza sin rechistar y, lo más importante, tienen un billete de vuelta.

El regreso del arrendatario a su país de origen deja una buena renta al arrendador, un apartamento en perfectas condiciones para recibir al siguiente alquilador y ahí está la clave evita al inquilino indeseable. La carcoma del morador detestable es censurada por la Lay de Arrendamientos Urbanos, cuyas treinta páginas se convierten en papel mojado ante la realidad del correoso individuo. El arrendador ocasional suele ser también vocacional y conoce la desagradable experiencia de recibir una propiedad en ruinas, con una morosidad del inquilino de catorce mensualidades y los suministros cortados por falta de pago, amén de la minuta del abogado y un año menos de vida por el disgusto. De ese modo, lo que venía a ser una ayuda al salario mínimo más mínimo de Europa se ha convertido en otro agujero. La mayoría de las veces el propietario ahora también moroso se verá obligado a malvender su propiedad; una minoría afortunada podrá invertir la elevada suma que requiere la reforma integral de la malograda vivienda para adecentar el precio de su venta y quitarse de encima esta dolorosa muela; y, por último, están los díscolos, los rebeldes y desvergonzados que, una vez reembolsada la deuda heredada y reformado el apartamento hasta quedar niquelado, escogen el camino sin retorno de la delincuencia y la ilegalidad, cometiendo la osada fechoría de anunciarse en un portal de alquiler vacacional. Dios mío, hasta dónde hemos llegado.

Hay muchas cosas que puede hacer el ciudadano estándar de la península que le están vetadas al insular, como por ejemplo viajar, nadar en un río o ver la silueta de su comunidad autónoma en el mapa del tiempo del telediario. Otra, más original y novedosa, es anunciar el arrendamiento de su vivienda en un portal de internet que incluya el término vacacional en cualquier idioma. Me explico, un balear puede crear una página web de alquiler vacacional sin exponerse a que le quiten el pasaporte, puede también promocionar su portal en la carrocería de los autobuses de la Empresa Municipal de Transportes y lo hace, pero tiene la terminante prohibición de anunciar su apartamento en dicho enlace. Sin embargo, resulta del todo legal promocionar su piso vacacional en la versión de papel del Times de Londres, en el Die Welt alemán o en el Arandabazar Patrika de Calcuta. Todo ello viene especificado en la ley 8/2012 de Turismo de las Illes Balears dels Hotelers. Una vez leído el descacharrante panfleto, comprobarán que la mano que mece la pluma del legislador no tiene cinco dedos, sino cinco estrellas.

Pero no se alarme, amigo lector. Si acaba usted de cumplir condena por haberse anunciado ilegalmente ¿es eso posible? y no quiere reincidir, tiene dos caminos a escoger para evitar la temida recaída: asistir periódicamente a las sesiones de Arrendadores Anónimos; o bien leer la próxima y última entrega de este documental impagable, donde se explicará y demostrará que, hoy por hoy, alquilar cualquier propiedad en Balears a quien a usted le venga en buena gana es posible, incluso fácil, sin temor a perder su dignidad y acabar entre rejas.

* Empresario