Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Tratamiento de residuos

Desde tiempos bíblicos tenemos la fórmula escrita: polvo somos y en polvo nos hemos de convertir. Dicha fórmula jamás ha paliado o impedido las vanidades humanas, pero está ahí y no podemos obviarla. Nos recuerda, sobre todo, lo que seremos, como las estrellas nos recuerdan cada noche que, en el universo, no somos absolutamente nada. La naturaleza humana es polvo y en polvo acaba y polvo aquí es desecho, abono, basura pura. Somos desechos de nosotros mismos. Mientras tanto, no pensemos mucho en eso y que siga la fiesta.

Hace varios años, un fotógrafo norteamericano se dedicó a escudriñar en los residuos de los famosos: actores, actrices, millonarios y demás. Vaciaba sus bolsas de basura y la clasificaba y ordenaba sobre una tela, para luego hacer una fotografía. El resultado parecía una exposición de maletas abiertas. Con esa colección de fotografías triunfó en más de una galería de arte y su sentido era que la basura de cada uno de nosotros traza nuestro retrato. Somos nuestra basura, venía a decir, más que cualquier otra cosa que seamos.

Si esto fuera cierto habrá que reconocer que Mallorca es digna del Tintoretto en la veneciana Scuola Grande di San Rocco: basta contemplar la incineradora y su paisaje alrededor, para confirmar que cualquier otro retratista le quedaría corto. ¿Son las montañas de cenizas de Son Reus nuestro autorretrato? No necesariamente, pero sí que cubrirían algunos rasgos del mismo, como las berenjenas en las figuras de Arcimboldo.

Lo que no sabíamos es que pudiera existir un servicio de investigación y etiquetaje del basuramen. Da cierta pena y enfada ver los trastos la repugnancia de un colchón, por ejemplo desparramados un día y otro porque no se han recogido, o porque su dueño los dejó en la calle antes de hora o cuando le dio la gana. Como dan asco los contenedores rebosantes y asediados por detritos de toda condición. El trato con la basura nos da la medida de la higiene de una sociedad y la medida de su concepto de ciudadanía, y hay que reconocer que en ambos casos visto lo visto muy alta en Palma todavía no es. Pero sus factores correctores no sólo nos dan la medida de la Administración cuando se pone coercitiva (a veces con exageración manifiesta). A menudo nos dan la medida de otras cosas que nada tienen que ver con multas: por ejemplo citar al desaprensivo con nombre y apellidos y además equivocarse. Sea quien sea el mal ciudadano. Eso da un poco de risa y me ha recordado a una mujer que me encanta, la actriz francesa Sophie Marceau. Hace poco les dijo a los paparazzi que hurgaban con sus cámaras en su vida privada: "Mejor lean a Tolstoi". Lo sabe ella, que interpretó en el cine una gran Anna Karenina o así la recuerdo, aún fascinado por su mirada y por la luz de su piel.

Pues eso, mejor leer a Tolstoi antes que acusar a nadie en particular con un foco en el rostro. Y después, multen, sea quien sea el infractor y que éste aprenda que la norma es igual para todos y que los hay que deberían dar más ejemplo que otros y cumplir con ella antes incluso de que la norma exista. Pero si uno es un descuidado, un irresponsable, un vivales, o un guarro con sus desperdicios, nuestros representantes no tienen por qué comportarse en otro sentido como si también lo fueran. Si la multa y el nombre del incívico queda en casa un poco de finezza mediterránea nunca sobra es mejor para todos porque así olvidamos durante un rato que somos polvo y basura y escombros, que a veces cuesta sobrellevarlo y entonces se extiende la falsa creencia de que el polvo y la basura y los escombros son los demás y sólo los demás. Y aquí es cuando empezamos a fastidiarla a lo grande.

Todos producimos basura y todos nos sentamos en el inodoro: siempre conviene recordarlo frente a cualquier ataque de soberbia. La de quien se cree al margen de las normas que la comunidad se ha dado a sí misma para convivir con cierta higiene y orden, y la de quien hace uso de información en principio confidencial y la metamorfosea exponiéndola en la plaza pública. Ahí donde, siglos atrás, se castigaba al reo en la picota y los vecinos pasaban arrojándole berzas podridas es decir, basura para distraerse un poco de su miserable vida.

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