Como decía la biofísica Rosalind Franklin, la mujer que fotografió la vida con su fotografía 51 en la que obtuvo la imagen de la estructura helicoidal del ADN, la ciencia y la vida diaria no pueden y no deben separarse. Efectivamente, así lo entendemos y así lo hacemos en nuestro trabajo diario. La ciencia debe mejorar la vida de las personas en todos los ámbitos posibles, estemos hablando de las contribuciones a la medicina, la biología o la agricultura como ocurrió a partir de los descubrimientos de Franklin o estemos hablando de otros ámbitos como la psicología, la educación o cualquier otra ciencia humana o social con el mismo objetivo, en lo que se refiere a sus contribuciones a la vida personal y colectiva. Aquí nos vamos a referir a la educación intergeneracional.

La educación intergeneracional tiene un largo recorrido que ha venido apoyado por diversas necesidades. Entre otras, la mejora de la cohesión social y de la integración cultural entre los distintos grupos que integran la comunidad. Una mayor eficacia en la gestión de las ciudades y de los recursos sociales. El avance en la calidad de vida de distintos colectivos como las personas mayores, los niños y niñas, los jóvenes y las familias. La inclusión de los mayores en el debate de la participación ciudadana. La prevención de la discriminación y del edadismo, o la importancia del aprendizaje a lo largo de toda la vida y su continuidad generacional dentro y/o fuera de la familia. Con todo, y como la propia investigación sobre el tema revela, destaca la falta de proyectos estructurales y que formen parte de las políticas públicas que los desarrollen. Una parte importante de responsabilidad hay que atribuirla a la falta de datos suficientemente potentes a nivel científico, que permitan apostar decididamente por estos proyectos.

La experiencia llevada a cabo, los resultados obtenidos y la vivencia colectiva del proyecto intergeneracional Sharing Childhood (SACHI), compartir la infancia, llevado a cabo por el Grupo Gifes de la UIB en colaboración con alumnado senior y con tres centros educativos en Mallorca (Santa Catalina, Sa Indioteria y Son Ferriol) y replicado en otros tantos centros educativos en ciudades de Polonia y de Turquía, nos permiten apostar por la educación intergeneracional en los centros educativos. La práctica de la educación intergeneracional es posible, viable y recomendable. Nuestro objetivo es, por ello, apoyar la educación intergeneracional en los centros educativos, con argumentos y justificaciones respecto a las ventajas que produce, basados en la pedagogía de las evidencias.

Nos importa sobremanera, porque la educación intergeneracional produce beneficios positivos de muy diversa naturaleza con resultados contrastables. Así por ejemplo, la formación de nuevas actitudes y comportamientos mediante el establecimiento de lazos afectivos generados entre las personas que participan en el programa a través del trabajo en común. También contribuye, de forma importante, en la incorporación de nuevos aprendizajes, de nuevas formas de percibir el mundo en general y el mundo de los mayores y de los jóvenes en particular.

La educación intergeneracional produce cambios también en el profesorado, en las familias, en el entorno comunitario pero, sobre todo, en el paisaje del centro educativo. Los mayores forman parte del mismo con entidad propia, moral, afectiva y de experto. Ello contribuye a un nuevo orden, a una nueva forma de contribuir en los procesos de enseñanza aprendizaje y en definitiva, en la aventura y experiencia cotidiana de aprender. La educación intergeneracional es una realidad que está esperando su oportunidad para quedarse. Llegará, sin duda, de la mano de los propios protagonistas que forman parte del entramado educativo y que tienen responsabilidad en la educación en todas las edades y en los procesos de innovación y mejora. Vendrá, por supuesto, acompañada de los buenos resultados obtenidos a partir de proyectos fundamentados en la evidencia científica.

*Catedrática de Universidad en UIB