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Norberto Alcover

Flautas y violines jesuitas

Mientras miro y remiro, sin más, el ejemplar último de "El País semanal", descubro un reportaje dedicado a la relevancia de la música en las ancianas, ya, misiones jesuitas bolivianas de la Chiquitania, en el sureste de esta feroz geografía.

En el siglo XVII, mis antepasados, desde el punto de vista institucional, llegaban a tales territorios a los sones de flautas y violines, de tal manera que su fe tenía el sabor de la música y no del quebranto impositor. De esta manera, construyeron una auténtica civilización autóctona, que derivó en una cultura rabiosamente indígena€desde parámetros inequívocamente europeos, es decir, occidentales. Música que, tantas veces, he escuchado en otras misiones jesuitas esparcidas alrededor de las Cataratas de Iguazú, mientras los borbotones de agua caían sobre el río en una sinfónica casi operística de fragor y exquisitez. Para evangelizar, hay que recordarlo, flautas y violines, y cercanía, nunca imposiciones que niegan la propia identidad. Esta obsesión artística dio como fruto la creación de "reducciones", en las que los nativos asumieron los más elementales criterios ultramarinos pero en perfecta conjunción con su naturaleza local, mucho más sencilla, delicada y sobre todo selvática.

El próximo 31 de este julio tórrido, celebramos la festividad de Ignacio de Loyola, aquel vasco que rompiera moldes, dominado por una sola obsesión: el seguimiento empecinado de Jesucristo y su correspondiente transmisión a la sociedad circundante. Reguló la Compañía con absoluta precisión, si bien no nos gusta aceptarlo, pero siempre nos inculcó un radical "espíritu de discernimiento" para asumir tareas innovadoras con tal de que se inscribieran en los dos vectores genuinos de su criatura, esa Compañía de Jesús que más tarde Pedro Arrupe revitalizaría desde su proverbial libertad evangélica. Normas sí, pero en esa misteriosa y creativa mano de terciopelo, siempre abierta a eliminar obstáculos selváticos pero no menos a tocar flautas y hasta violines en las selvas bolivianas. La conjunción de contrarios, sustancial en la historia de los jesuitas a lo largo de la historia. A trancas y a barrancas, como es lógico.

Uno, desde la libertad de los años y la notable experiencia como jesuita, aquietado en esta isla benigna pero también procelosa, se pregunta si en nuestros días seguimos siendo capaces de evangelizar con flautas y violines en esta selva tremenda de nuestra sociedad tan líquida y envuelta en papel de celofán€salvo que escuchemos el sonar de los agudos tambores de muerte que la inundan. En los setenta, los jesuitas proclamábamos "la justicia que brota de la fe" de todas las maneras posibles. Nada escapaba a esta consigna, extraída de una com-pasión del todo incrustada en nuestra mejor espiritualidad, la del libro de los Ejercicios de Ignacio. Y por esta razón tuvimos problemas en montón. Y por esta misma razón merecimos varapalos de enorme dureza, que soportamos, esta vez sí, modélicamente. Arrupe nos había metido en nuestro ADN el compromiso con la justicia pero desde una fe rabiosamente cristológica. Flautas, violines, selvas, riesgos, cuanto fuera necesario para la tarea a la que nos sentíamos llamados, junto a tantos otros hombres y mujeres en la Iglesia de Dios y también en nuestra sociedad civil. Los medios siempre para un fin específico. Y el juicio de tales medios desde la fidelidad al Evangelio puro y duro. Esto es el discernimiento ignaciano: la autocrítica de los medios para "en todo amar y servir" sin destruir el guión institucional. ¿La cuadratura del círculo? Tal vez.

La pregunta formulada al comienzo del párrafo anterior, obtiene una respuesta periodística y en absoluto dogmática: en la actualidad deberíamos, desde la fe recia de Ignacio, de Arrupe, de Francisco, entre tantos, dar un enésimo salto arriesgado y renovador de nuestras estrategias y no menos tácticas evangelizadoras para intervenir en la Iglesia y en la sociedad de manera inculturada hasta el tuétano, haciendo uso de las flautas y violines correspondientes en nuestro mundo plural, multicultural y un tanto ambivalente. Nada de miedo paralizante, como nunca lo tuvieron nuestros compañeros de los siglos XVI y XVII a la hora de intervenir en su propia historia contextual. Lo tenían claro: la selva podía resultar mortal, peo ellos no vivían para sí sino para que su Señor fuera en todo conocido, amado y seguido. Puede sonar un tanto tierno y casi frágil porque hemos decidido eliminar ciertas palabras de nuestro amedrentado idioma, pero este tríptico derramaba vigor y fortaleza en aquellos personajes más tarde muy bien representados en "La Misión", aunque el final resultara aparentemente una derrota.

No en las misiones bolivianas pero sí en las paraguayas, hace años me dije que si mis antepasados habían llevado a cabo tantas fracturas discernidas, nosotros, los jesuitas actuales estábamos llamados a intentar parecernos a ellos. Desconozco en qué han ido a parar tales palabras internas, pero pienso que, sea cual sea su derrotero, nos toca ese "intentarlo" con un mínimo de arriesgada humildad y sin afanes protagonísticos. Por lo menos intentarlo. Y si no nos sale, paciencia. Lo habremos intentado con flautas y con violines. En la selva de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad.

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