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El tercer atentado en Baviera en una semana, el de Ansbach, ha resultado en particular leve: un solo muerto, el terrorista suicida, parece una buena noticia si se compara con las nueve víctimas de Munich sin contar como tales a los heridos pero en ambos casos aparece una misma clave compartida. Tanto David Sonboly, el germano-iraní de la masacre anterior, como el emigrante sirio del último atentado por el momento, cuyo nombre de no se ha hecho público, contaban con antecedentes de trastornos mentales. Un cínico diría que quien intenta causar cuantas más víctimas mejor y luego se suicida es, casi por definición, un trastornado pero está claro que hay una diferencia entre la barbarie, estupidez, locura o como se le quiera llamar de quienes se sienten soldados de la yihad contra los infieles y el tipo de trastorno que lleva a planificar la matanza de Munich haciéndola coincidir con el aniversario del asesinato a tiros de la isla de Utoya en Noruega llevado a cabo hace justo cinco años.

Por añadidura entre Andres Breivik, el asesino de Utoya, y David Sonboly, el de Munich, hay un lazo ideológico que los investigadores subrayan: se trata de trastornados, sí, pero con una ideología compartida que se instala en la extrema derecha xenófoba. El alcance de la patología mental se pone de manifiesto al tener en cuenta que Sonboly era medio iraní pero es harto sabido que uno de los mayores caldos de cultivo para el odio al inmigrante está en quienes lo fueron ellos o sus padres con anterioridad.

En cualquier caso el drama de Baviera obliga a entender que la equivalencia entre terrorismo y religión islámica es ya insuficiente para explicar los horrores que nos caen encima. Con la consecuencia obvia de que infiltrarse en las redes del fundamentalismo yihadista no basta para prevenir atentados. Hay que seguir haciéndolo, por supuesto, porque si algo está claro es que sólo mediante una labor de inteligencia cabe evitar que haya más catástrofes. Pero la inteligencia debería aplicarse como concepto general, no solo propio de las fuerzas de seguridad. El trastornado Sonboly se hizo con una pistola Glock 17 de nueve milímetros en Internet. Ese arma es, de acuerdo con la propaganda de su fabricante, la más utilizada por las fuerzas del orden de todo el mundo y puede transformarse con cierta facilidad para convertirla en un medio de muerte aún más letal, casi en un rifle que cuente con un cargador de gran capacidad. Aunque no han trascendido los detalles del arma de Sonboly, se sabe que éste disparó cerca de 60 balas en su ataque.

Estamos, pues, donde ya sabíamos que nos encontrábamos: en que la facilidad para adquirir armas de guerra no se limita a los Estados Unidos. Internet ha vuelto la capacidad para la barbarie global. Súmese que la red de redes es también la mejor fuente para los trastornados y el resultado se vuelve aterrador.

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