La apertura al "público" de los jardines de Marivent fue solo una broma del nuevo Govern, propia de la euforia que produce el primer estiramiento articular una vez sentado en la recién estrenada poltrona. Una hipotética visita guiada, con la finalidad de observar la variedad herbácea de la finca que quiso legarnos Juan de Saridakis, resultaría del todo estéril y podría causar un daño irreversible y definitivo a nuestra adorada monarquía (la palabra al inicio del texto entrecomillada viene a la sazón de que, si puede sustituirse por la "ciudadanía balear", debería escribirse "sus legítimos propietarios" y prescindir de las comillas). Tratemos de imaginar, pues, al grupo de visitantes que nunca acudirá a la fantasmagórica invitación.

Nada más entrar el autocar por la entrada de servicio del predio royal, a la tropa de invitados recién apeada no nos llamaría la atención la enorme superficie asfaltada, ya que el alquitrán forma parte de la idiosincrasia de las islas; tampoco la anchura del camino ni la multitud de aparcamientos que aparecen al dar los primeros pasos. La barrera de pinos que se vislumbra al alzar la vista nos hará imaginar un bosque espeso, cuya frondosidad no debería morir hasta alcanzar el acantilado. Tal ilusión está justificada, porque cuando dirigimos la mirada hacia Marivent, desde la playa de Cala Nova hasta ses Illetes, todo lo que hemos logrado observar es un perfil de la edificación diseñada por el arquitecto Guillem Forteza en 1923 envuelta, en apariencia, por un bosque virgen y puro digno de un cuento de los hermanos Grimm. Nada más lejos de la realidad.

Ya bajo la sombra de los primeros árboles, atentos a las explicaciones del guía sobre la diversidad de plantas ancladas a diestro y siniestro del camino, todas exquisitamente mimadas, no podremos evitar echar de nuevo la vista al aire. El rostro pasmado es ahora un rasgo común a todo el grupo, y la voz del profeta de los jardines solo un sonido vacuo. Los ciudadanos que llevamos cuatro décadas gozando de la democracia balear no sabremos nada de botánica, pero nos hemos doctorado en Ladrillo. ¿Quién no ha salido de la conselleria o la sección de Urbanismo de un ayuntamiento, después de pasar por multitud de despachos a los que llaman secciones, al borde de un infarto, tratando de contrastar ambas normativas con la ambigüedad informativa del funcionariado? Prosigamos la visita imaginaria. Sin poder pestañear, con la boca abierta y los oídos sordos a la voz desesperada del profeta del jardín, distinguiremos perfectamente la multitud de edificaciones que componen el complejo residencial Marivent. Nadie tendrá que ayudarnos a diferenciar un palacio de un palacete, un pareado de un unifamiliar o de una multitud de ellos, mejor dicho un complejo de viviendas adosadas de un barracón, e incluso una pirámide cuya ausencia de cúspide forma una irónica metáfora. Dada la altura de las edificaciones "pero, ¿son legales?"; "¡son reales, caballero!", responderá el botánico derrotado, deberemos prestar atención a no caer en alguna de las piscinas, aunque ya no hay que preocuparse por la del conserje, cubierta de asfalto hace años, por mor a que los nuevos benjamines se ahogaran en ella durante uno de sus quince días de estancia en el mega resort Saridakis. El más sencillo de los unifamiliares dispone solo de planta baja, pero más que suficiente para acomodar a una familia numerosa y a su séquito (en todo el complejo Marivent es requisito llevar séquito y escolta), además de una estancia parcialmente embaldosada que nos hace adivinar que estamos entrando en la residencia del veterinario real "¡Ahí no se puede entrar, señora! ¿Quién ha abierto esa puerta?", espetará quien empezó siendo nuestro guía. La formación del grupo se ha dispersado hace rato y algunos pegamos nuestro oído bueno a las paredes de la vieja pista de pádel: ¿y si estas paredes hablan??

Aunque lo adivinaríamos de un solo vistazo, no desvelaremos el número de huéspedes que puede alojar por noche la urbanización Marivent. Bueno, daremos una pista: el hotel más grande de Balears no dispone de esta capacidad. Otra más: si lo juntamos con el segundo, tampoco. Sin embargo, sí supera con creces dicho aforo cualquiera de la docena de edificaciones ilegales que se alzan cada semana en primera línea de la avenida Gabriel Roca de Palma. Estos mastodónticos edificios ofrecen casi más servicios que nuestros queridísimos "resorts absolutamente todo incluido" (cuentan incluso con su propio casino, sin la necesidad previa de eternizar trámites ni de repartir maletines), salvo por una excepción: curiosamente, no disponen de retretes. A consecuencia de ello, tras varias horas de húmeda singladura, en un solo día hasta 22.000 vejigas a punto de estallar buscan desahogo en los retretes de los bares de Palma. "Tratan", porque la firme mano del encargado del establecimiento invadido impedirá el anhelado consuelo si no se consume previamente en el local. Justa demanda y ninguna palmera sin regar. Se preguntará oh, inocente lector por qué nuestros gobernantes no ponen solución a la invasión de 22.000 almas que reparten menos dinero que 22 turistas que optaron por el variadísimo alquiler vacacional que ofrece la nueve especie criminal mallorquina (el peligroso, aprovechado, pillo y desvergonzado propietario de un pisito que alquila por días o semanas su vivienda a los turistas, impidiendo al sacrificado y misericordioso gremio hotelero, que va haciéndose hueco en la lista Forbes, espetar aquello de "No hay suficientes plazas, necesitamos abrir más hoteles y colorearlos con Plastidecor"). La respuesta a esta insolente cuestión es bien clara y justificada: los guardianes de nuestra democracia no deben dar un paso hasta que se decida qué hacer con un monolito cargado de una energía especial, capaz de hipnotizar durante toda una legislatura sus privilegiadas mentes.

Mientras tanto, en un despacho de la calle Montenegro de nuestra capital, un nuevo experto en gestión turística, iluminado por su reciente investidura, se raspa la barbilla tratando de encontrar la manera de echar a rodar la ley de turismo que diseñaron sus antepasados políticos, sin que le asalten en masa los propietarios de las mal denominadas viviendas vacacionales, que coinciden en número, poco más o menos, con el de parados isleños en lista de desespera por un trabajo precario. El nuevo solucionador en materia turística, secretario general de Encara Més per Mallorca, no dispensará un trato de pleitesía a los nuevos intrusos hasta que alguno de ellos figure en la lista del "Orgullo Forbes". Temblad, malditos arrendadores, temblad.

*Empresario