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Luis Sánchez Merlo

Carburante para eurófobos

El Brexit ha asestado un golpe bajo a la Unión Europea. El Reino Unido es la segunda economía del continente después de Alemania, ocupa plaza y con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y tiene un formidable aparato militar y diplomático, con gran reputación en todo el mundo.

Unas semanas después, a Durao Barroso, quien fuera presidente de la Comisión Europea durante diez años, no se le ha ocurrido nada mejor que aceptar una suponemos que sabrosa oferta de Goldman Sachs para alistarse en sus filas como presidente no ejecutivo de su oficina en la City.

La reacción de los franceses ha sido sañuda ante lo que consideran un "segundo golpe a la Unión", que cebará aún más el discurso antieuropeo en una opinión pública, donde ya ha espigado la imagen de una relación incestuosa entre el poder político y las finanzas privadas. Esta promiscuidad, provocada por lo que nuestros vecinos llaman graciosamente pantouflage (puerta giratoria), contribuye a que Bruselas se haga detestar entre los que no quieren una Europa promiscua entre lo público y lo privado.

Al "petit José Manuel", en su juventud apasionado líder estudiantil del partido maoísta portugués, la celebérrima banca de inversiones le ha reclutado, a sus 60 años, muy probablemente por su formidable libreta de direcciones, lo que ya le ha valido en algunos círculos la etiqueta poco amable de "representante indecente de la vieja Europa". Desde el Tratado de Roma, ningún ocupante del Berlaymont ha sido denostado por los medios, pero bajo el reinado de "el camaleón", la Comisión tomó un giro tecnocrático, alejándose de los añorados tiempos en que la presidía Jacques Delors, un hombre íntegro y no sumiso a los Estados.

Durao, que era el personaje que interesaba a Londres los ingleses habían vetado la primera opción franco alemana de Guy Verhofstadt para la presidencia de la Comisión Europea, se dedicó a obedecer las órdenes de quienes querían un Ejecutivo comunitario tecnocrático y ultraliberal. Conviene no olvidar que los jefes de Estado y gobierno que le nombraron, lo hicieron para evitar que alguien de envergadura les pudiese hacer sombra. Y ahí están los frutos de esa decisión: los años más sombríos de la Unión, pues los responsables, como ocurre siempre en estos casos, en el pecado llevan la penitencia.

Crece el consenso sobre la posición que la Comisión debería tomar sobre esta contratación: reprobar el nombramiento y modificar sus reglas para el futuro. Y es un clamor que el pantouflage debería prohibirse cuando el susodicho haya tenido una función regulatoria en el ámbito de la UE.

El artículo 245 del Tratado sobre el funcionamiento de la UE impone a los funcionarios el "compromiso solemne de respetar, durante el ejercicio de sus funciones, y después del cese de éstas, las obligaciones que se derivan del cargo y especialmente el deber de honestidad y delicadeza, en cuanto a la aceptación, tras el cese, de ciertas funciones o ventajas".

Existe un código de conducta y un comité de ética para velar por el cumplimiento de este artículo pero uno y otro acaban de probar su inutilidad. Quizá la delicadeza habría bastado para evitar el nombramiento de que hablamos.

Y una pregunta de propina: ¿Se puede saber la cuantía de los emolumentos que ha recibido de la Comisión desde que dejó la presidencia del ejecutivo comunitario? Pero no sirve de nada indignarse, porque si acepta el puesto, la Comisión se ahorrará la pensión que le corresponda (el presidente está considerado hors cadre y goza de un régimen especial, como valor indicativo, el sueldo neto mensual de un comisario podría rondar los veinte mil euros). Dicho eso, hay que cambiar las cosas y evitar instalarse en la pasividad. Nada impide movilizarse.

Y siempre nos damos de bruces con la paradoja: el hombre que presidió la Comisión más severa con aquellos países que presentaban mayores dificultades financieras, culminará su vida profesional en un banco que, según parece, habría asesorado sobre sus cuentas públicas a Grecia, epicentro de la crisis en la zona euro que llegó a amenazar la propia existencia de una moneda común.

Entretanto, Francia le ha pedido "solemnemente" a Barroso que, por razones morales, políticas y deontológicas, renuncie a trabajar para Goldman Sachs y a Bruselas que cambie las reglas aplicables a los comisarios. Inútil decir que todo esto aviva la desconfianza hacia la Comisión Europea y la UE en su conjunto y proporciona carburante a quienes insisten en torpedear la Europa política, federal y democrática, indispensable telón de fondo sobre el que entendemos que España debe proyectar la solución de sus retos de futuro.

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