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Matías Vallés

Análisis crisis en Turquía

Matías Vallés

Ni una sola mujer con erdogan

Turquía ha celebrado el centenario de la disolución de su imperio con el levantamiento de ordenanza. El triunfo de la contrarrevolución de Erdogan no oculta que el presidente se ha dejado dar un golpe a su islamismo moderado. Salvo que no hay islamistas moderados, el fundamentalismo no admite gradación. La rúbrica presidencial, "el golpe es un regalo de Alá", disipa las dudas residuales sobre la viabilidad de un integrismo relativo.

La condena tardía de Obama debería intranquilizar a Erdogan con menos fuerza que el manifiesto ambiguo de su valedora Merkel. John Kerry remitió en primera instancia a una "continuity" que pastoreaba el golpe sin desalentarlo. El enésimo putsch turco sorprendió a la nueva Europa intentando absolver a Isis de la masacre de Niza. En lugar de declarar que la superstición fundamentalista es incompatible con la democracia, los gobernantes continentales pretenden cabalgar el tigre islamista y apaciguarlo con buenas palabras.

El peligroso Erdogan presume de que le ha rescatado "mi pueblo". No es un posesivo excesivamente democrático ni tranquilizador. Los turcos salieron a la calle, donde el masculino pierde el genérico para hacerse literal. En la contrarrevolución de los islamistas moderados, las mujeres deben quedarse en casa. Basta comparar la riada de varones de Estambul contra los blindados golpistas del pasado viernes con las movilizaciones de 1968 en Praga, contra los carros invasores soviéticos. La invisibilidad femenina debe ser otro símbolo de la nueva Europa, capitaneada por Merkel.

Ni una sola mujer con Erdogan, que presume de democracia porque carece de ella. La última vez que escribí estas palabras con motivo de un choque futbolístico, recibí un comunicado del gobierno de Ankara, entre paternalista y amenazador. Elegir entre un militar y el presidente turco reproduce el diabólico dilema de Houellebecq en Sumisión. El escritor visionario obliga a sus lectores y electores a optar entre Marine Le Pen y un islamista por supuesto moderado, en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Tras observar las contorsiones europeas para exonerar a Isis de la carnicería de Niza, es fácil imaginar quién resulta ganador en la novela.

Por azares profesionales, he convivido dilatadamente en dos ocasiones con Erdogan. A su llegada al poder, investido del rusticismo del debutante, y cuando se erigió en el único socio de Zapatero en la alianza de civilizaciones. Se le había retorcido el colmillo, ya dominaba los trucos del islamista moderado. Sin embargo, me quedo con la imagen de su esposa en la primera ocasión. Llevaba la cabeza cubierta en la más pura ortodoxia, pero con un pañuelo de Louis Vuitton. Es decir, Erdogan es un islamista de marca.

La Turquía de Erdogan ha tolerado si no estimulado a Isis, que por lo visto es una asociación benéfica para la nueva Europa, una entidad solo para hombres. Un golpe de Estado nunca ha sido la solución, pero el problema permanece.

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