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Antonio Papell

"La desigualdad alimenta el populismo"

El presidente norteamericano debía de estar pensando en Donald Trump cuando dijo el pasado domingo ante Rajoy que "la desigualdad alimenta el populismo". Sin embargo, también añadió que "hay conexiones entre el impulso y las voces populistas en Estados Unidos y lo que está pasando en Europa". Para concluir diciendo que "si la globalización no es equitativa y solo beneficia las elites, veremos un populismo que dividirá a la sociedad y puede ir en aumento?". Porque la globalización, de la que es partidario, debe ir acompañada de políticas que combatan la desigualdad con "sueldos justos" y "sistemas de bienestar social".

El aserto no es un axioma ni una premonición sino una conclusión racional e inductiva y ofrece poco margen a las dudas: cuando el sistema político establecido es incapaz de impulsar vectores de equidad y de resolver los problemas sociales de los ciudadanos/electores, y cuando el desastre provocado por la incompetencia del poder rebasa determinado umbral, la sociedad tantea, primero, ofertas realizadas por partidos nuevos y, después, soluciones antisistema. En nuestro caso, es patente que la situación caótica derivada de la crisis paro exorbitante, devaluación salarial de quienes trabajan, merma de calidad de los servicios públicos, corrupción generalizada de las elites ha dado lugar al declive de los partidos clásicos que gestionaron desatinadamente la coyuntura y al surgimiento de una opción centrista Ciudadanos y de un conglomerado populista articulado en torno a Podemos que no desdeña la posibilidad de proponer un cambio de régimen.

Italia es actualmente un escenario privilegiado de lo que quiere decirse: el primer ministro Matteo Renzi, representante del centro-izquierda (del Partido Democrático, fundado en 2007 sobre las cenizas del desaparecido Partido Socialista Italiano) está pugnando denodadamente para lograr el salvamento del sistema bancario con dinero público porque si no lo consigue cientos de miles de pequeños inversores en bonos bancarios, imprudentemente autorizados por el poder político, perderán sus capitales, con lo que ello supondrá para el prestigio del gobierno de turno? Y Renzi, con el mayor despajo, argumenta en Bruselas que si no se le autoriza tal salvamento, el populista Movimiento 5 Estrellas acabará alcanzando el poder y frustrando por tanto la reforma constitucional que el propio Renzi se propone llevar cabo antes de finales de año. No se sabe qué es peor: que los excéntricos populistas alcancen sus objetivos o que los ineptos políticos del viejo establishment continúen encontrando la complicidad de Bruselas en la fabricación de coartadas para sobrevivir.

En realidad, el dictamen de Obama debería ampliarse: la mala política y la desigualdad engendran el populismo. Y mala política es la corrupción y la falta de rigor en la aplicación de las leyes, la anteposición del interés de partido al interés general, la acumulación de déficit democráticos, la manipulación poco cuidadosa de la democracia directa (el referéndum del Brexit ha hecho y hará estragos), los modos de gobierno atentos sólo a la macroeconomía y sin sensibilidad social, la frialdad ante los desequilibrios que producen llamativas exclusiones, etc. La desigualdad es, por su parte, la decadencia de las clases medias, la proletarización del gran núcleo central de la sociedad, la pérdida de las expectativas de los jóvenes, la dificultad del sistema para integrar a todos, concederles un rol y permitirles el desarrollo personal.

Lo grave del caso es que, cuando surge el populismo, la posibilidad de resolver los problemas reales no se incrementa sino que decrece peligrosamente. Es lo que ha ocurrido por ejemplo en Francia al emerger el Frente Nacional (populismo de derechas) y lo que está sucediendo en países como Italia o España donde la nueva política genera ilusión pero no resuelve las crisis.

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