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Antonio Papell

Nunca hubo un gobierno de coalición

Desde el gobierno formado por Adolfo Suárez tras las primeras elecciones generales de la democracia, del 15 de junio de 1977, nunca hubo en este país un ejecutivo compuesto: todos los gobiernos de España han sido monocolores en el nivel estatal, aunque sí ha habido pactos y coaliciones en los niveles autonómico y municipal.

Aunque el constituyente optó por consagrar el sistema electoral proporcional frente al mayoritario, la ley d'Hondt, que ha corregido la proporcionalidad electoral, ha sido la causante de que el modelo dominante haya sido el bipartidismo imperfecto. La UCD gobernó entre 1977 y 1982; el PSOE, entre 1982 y 1996 así como entre 2004 y 2011, y el PP, entre 1996 y 2004 y desde 2011 a la actualidad. En ocasiones, como durante la etapa de UCD y en las legislaturas 1993-1997 (González) y 1996-2000 (Aznar), la formación catalana nacionalista CiU fue decisiva para asegurar la gobernabilidad, pero Jordi Pujol se negó en redondo a formar parte de los gobiernos del Estado, por lo que su influencia en asuntos no directamente relacionados con Cataluña fue secundaria.

La ruptura del bipartidismo imperfecto ha cambiado esta situación y obliga a emprender procesos políticos de los que no hay precedente ni, por ello mismo, predisposición. Lo lógico, cuando el panorama está dominado por cuatro grandes partidos, es acudir a la fórmula de la coalición para formar mayoría. En una primera aproximación, hay en el actual parlamento 182 escaños de centro derecha (PP, C's, CDC, PNV), por lo que lo lógico sería que Rajoy, líder de la mayor de esas opciones, gobernase? si el elemento territorial no fuera en este caso decisivo. Frente a esta posibilidad relativa, que es la que abona el PSOE, C's había propuesto una gran coalición PP-PSOE-Ciudadanos, que no ha sido aceptada. Y todo apunta a que, tras el anuncio de abstención de C's, el PSOE se verá finalmente presionado para que condescienda con un gobierno de Rajoy en rigurosa minoría, logrado gracias a la abstención total o parcial de los socialistas. Con lo que habrá gobierno pero no gobernabilidad.

Lo que falla en nuestro caso es, evidentemente, la capacidad de negociar y de pactar, y esta carencia ha provocado ya una repetición electoral y aún podría provocar una segunda.

Esta incapacidad, que lleva tras de sí una gran inercia, tiene raíces políticas que entroncan con la psicología: tras la dictadura, que obviamente no tenía dudas ni vacilaciones ideológicas sobre el camino más pertinente en cada caso, los partidos políticos, proscritos durante muchos años, fueron concebidos como paradigmas totalizadores. Cada uno de ellos compendiaba un "modelo de sociedad" que debía ser implementado íntegramente. Y todavía dura esta percepción intransigente, cuando la realidad ha sido que la derecha y la izquierda se han sucedido al frente del Estado sin grandes convulsiones, sin movimientos pendulares de importancia.

Aquí no se termina de entender, en fin, que en un sistema tan maduro como el español, que se caracteriza por una fuerte nivelación ideológica, los pactos políticos serían fáciles si se aplicase la racionalidad y se alejase la visión mendaz de que cualquier acuerdo es ante todo una traición a las propias ideas. Porque es posible y altamente recomendable que los programas de gobierno sean el resultado de una transacción entre idearios más o menos cercanos.

Si hay voluntad política y si se superan las resistencias psicológicas que surjan, no sería difícil agrupar a la mayor parte de los citados 182 diputados en un proyecto de futuro. Un proyecto que, de alcanzarse, representaría también un avance en la solución de los problemas vasco y sobre todo catalán.

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