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Jose Jaume

El Gobierno 'largo' de Mariano Rajoy

Concedamos que Mariano Rajoy, no sabemos cómo, obtiene la investidura por mayoría simple en el Congreso de los Diputados. Después, una vez haya formado gobierno, se las verá con un Parlamento que le acotará tanto su margen de maniobra que prácticamente le dejará sin ella. El de Rajoy no será, si se forma, un gabinete de amplia base parlamentaria, sino todo lo contrario: un ejecutivo débil, susceptible de ser fácilmente derrotado una y otra vez en la cámara. Es probable que nos adentremos en un período que guardará similitudes con el de los últimos años de la primera Restauración, la canovista, cuando en la España que acababa de inaugurar el siglo XX los gobiernos en precario eran la norma. El que pueda fletar Rajoy tiene trazas de correr la misma suerte que acompañó al denominado Gobierno largo de Antonio Maura. El político mallorquín, un estadista conservador infinitamente más lúcido y dotado que el actual presidente en funciones, entre diciembre de 1903 y diciembre de 1904, presidió aquel gabinete. Lo de largo se debió a que para los usos de la época aguantar un año constituía una proeza. La inestabilidad congénita en la que se instaló la Restauración a medida que avanzaba el pasado siglo impidió la formación de gobiernos duraderos. La Restauración se fue al traste en los primeros días de septiembre de 1923, cuando el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, protagonizó uno de los clásicos "pronunciamientos" militares (un golpe de Estado) acogido con entusiasmo por el rey Alfonso XIII.

Ahora no habrá ninguna asonada militar. Tampoco el bisnieto de aquel rey, Felipe VI, vulnerará la Constitución. De la Historia acaba por aprenderse, aunque sea a trancas y barrancas. Pero lo que sí guarda una semejanza indudable con los convulsos tiempos de la primera mitad del pasado siglo es el evidente agotamiento del sistema, que no da más de sí. La segunda Restauración, iniciada tras la muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975, ha consumido buena parte de su potencial. Para salir de la dictadura funcionó; casi cuarenta años después de la aprobación de la Constitución, se hace evidente que el andamiaje institucional chirría por los cuatro costados, le crujen las cuadernas. Las dos sucesivas elecciones, las del 20 de diciembre y las del 26 de junio, han explicitado que las carencias de las que adolece el sistema son clamorosas. Para quien quiera ver más allá de los números, de si el PP ha ganado escaños y los demás los han perdido, lo que se ha plasmado es que la interinidad es ya la norma, que no hay forma de construir mayorías sólidas que posibiliten gobiernos dotados de la estabilidad precisa para mantenerse a lo largo de toda la legislatura. Iñigo Errejón, con diferencia el dirigente de Podemos con más visión estratégica y mejor comprensión de la realidad, afirma que el Parlamento salido de las elecciones de junio es de transición. Los que se abrieron en la segunda década del pasado siglo, cuando la primera Restauración entró en barrena, eran igualmente transitorios: apenas duraban lo suficiente para liquidar al gobierno de turno. Cierto que la Constitución de entonces, ideada por Cánovas y Sagasta para establecer una artificial alternancia entre conservadores y liberales, no blindaba al presidente del Consejo de Ministros como la de 1978 hace con el presidente del Gobierno, al que solo puede derribar una moción de censura con candidato alternativo o la pérdida de la cuestión de confianza, que desde 1978 no se ha planteado nunca.

El marasmo actual se agrava por las notorias carencias de Mariano Rajoy. Al contrario que Antonio Maura, el presidente del Gobierno en funciones carece de todas y cada una de las cualidades que distinguen a un estadista. Rajoy es un político astuto, que cree que dejando pudrir los problemas acaban por resolverse. La táctica que utilizaba el general Franco, al que muchas veces le funcionaba. No es el caso de Rajoy, porque el general era un dictador. El tiempo en su caso carecía de la importancia fundamental que sí tiene para el presidente en funciones, quien, de ser investido, e insistamos en que está por ver si lo consigue y cómo, va a estar en tan flagrante minoría que puede apostarse que no concluirá ni un 40% de la legislatura. Se cumplirá el anuncio de Errejón de que iniciamos un período de transición hacia no se sabe muy bien qué, porque con Rajoy no se puede pensar en que se inicien las reformas de calado que en opinión casi unánime se necesitan.

Mariano Rajoy quiere que le regalen la investidura; que Ciudadanos, que ha claudicado en su oposición frontal, al aceptar la abstención, y el PSOE, que no parece dispuesto, le hagan presidente y que después se avengan a votar sus iniciativas en el Congreso de los Diputados. No ha ofrecido nada a cambio. Con Rajoy el viaje es a ninguna parte. Ha ganado las elecciones o llegado le primero, porque para ganar de verdad se ha de conseguir la mayoría suficiente para gobernar en el Congreso de los Diputados, instalándose de inmediato en la inactividad, que parece ser realmente lo que dicen sus críticos: su estado natural. ¿Qué hará si el PSOE mantiene su firme negativa a cederle la abstención? ¿Volverá a rechazar el ofrecimiento del jefe del Estado de ir a la investidura? No sería de extrañar para así presionar todavía más a los socialistas, pues uno de los grandes absurdos es observar al entero campo de la derecha, sin excepción, situar al PSOE como el gran responsable del bloqueo institucional en el que nos hallamos. No hay constancia de que una investidura haya dependido de que el segundo partido, el primero de la oposición, abra las puertas de la investidura al primero. Es lo que se demanda al PSOE por el siempre enfatizado bien de España. Está fuera de lugar que los 85 diputados socialistas tengan que aceptar la investidura de quien está siendo amonestado por las autoridades europeas por incumplimientos flagrantes, porque ocurre que Mariano Rajoy, justo antes de las elecciones, promovió una política fiscal que sabía que iba a vulnerar lo que había acordado con Bruselas. Ciudadanos no debiera haberlo hecho, pero el PSOE no puede permitir la investidura de Rajoy. Si la consiente, se suicida.

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