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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Política con mayúsculas

la españa actual necesita recuperar el sentido mayúsculo de la política, que consiste en saber reconciliar las diferencias y encontrar consensos compartidos

La política nació en Grecia como un camino para resolver las diferencias. Sin discrepancias no existiría la política, como tampoco nos referiríamos a ella sin la voluntad firme de resolver estas discrepancias. Para los antiguos griegos, lo característico de la democracia era la capacidad de buscar soluciones a los conflictos basadas en la persuasión. El mundo anterior a la democracia, anclado en las identidades fuertes de los distintos clanes y tribus, era un lugar propiamente apolítico. La autoridad emanaba de arriba abajo, las leyes eran sagradas y las discrepancias muy escasas. Por hablar en lenguaje actual, diríamos que en la tribu solo existe un discurso cultural. En cambio, cuando las ciudades griegas, los clanes y las familias decidieron empezar a colaborar y a coordinarse, el choque de las diferencias se hizo evidente y surgió la necesidad de la política como un remedio para solventar el desencuentro. El derecho local tuvo que pactarse con otros derechos locales; los dioses rivales tuvieron que reconciliarse; las rencillas debatirse en el ágora. Para el filósofo inglés Michael Oakeshott, la principal característica de la democracia griega era que la política constituía el campo de la persuasión y no el de la fuerza ni el de la imposición. Y fueron ellos, los griegos, los que inventaron la política, frente a las formulaciones habituales en la época, ya fueran las monarquías absolutas, las tiranías o las oligarquías. Duró poco y Oakeshott se plantea qué habría sucedido si la democracia en Grecia se hubiera alargado un siglo más. ¿Habría cambiado el signo de la Historia europea? Se trata de una pregunta sin respuesta.

Después de Grecia, el segundo gran experimento democrático es el que trajo la Ilustración, sobre todo en los Estados Unidos: separación de poderes, censo universal, parlamentarismo. Los Padres Fundadores de los EE.UU. estudiaron con mucho detenimiento a los autores clásicos, buscando huir de los riesgos de la demagogia y el populismo. La lección griega „que los propios helenos nunca negaron„ es que la democracia se construye sobre un equilibrio muy inestable, que hay que saber preservar con cuidado. Diríamos que las fases infecciosas resultan habituales y hay que reconocerlas para tratarlas.

La ausencia de tradición democrática dificulta esta labor en España. Tras dos elecciones generales en seis meses, comprobamos la dificultad que se da en el arco parlamentario español a lo hora de negociar las diferencias. Rajoy sigue a la espera de que las contradicciones internas de los demás partidos jueguen a su favor. La postura del PSOE se resume en un No a todo, a pesar de que de acuerdo a una reciente encuesta en El País, una mayoría de sus votantes se mostraría dispuesta a abstenerse a cambio de reformas. Ciudadanos, por su parte, prosigue en la indefinición, una postura que, me temo, le puede terminar dejando en la irrelevancia. Y mientras tanto a los votantes se les convoca una y otra vez para resolver los problemas que les corresponde solucionar a los partidos. El eje de la política es la negociación de las discrepancias „nos enseñan Oakeshott y los griegos„, no el enroque estéril ni la continua apelación a los votantes. Manejar las diferencias, buscar puntos de consenso, negociar acuerdos, firmar alianzas, gobernar para todos.

Y esto es lo que no hacemos en España, ni siquiera cuando, como sucede ahora, vivimos inmersos en unas circunstancias históricamente complejas. Sin política no habrá gobierno e incluso, si hubiera gobierno, éste sería endeble y de escaso recorrido. Servidumbres del final del bipartidismo, la necesidad de contar con un Parlamento eficiente se ha vuelto más perentoria que nunca. Lo contrario sería abrirle espacio a los distintos ramales del populismo y seguir perdiendo legislaturas a favor del descrédito de la política. Se trata de un peligro evidente: si la política se convierte en un problema, ¿por qué confiar en ella? Y si el Parlamento ya no realiza su trabajo, ¿qué utilidad tiene? Deshidratar el buen funcionamiento de la democracia puede dar resultado a corto plazo, pero a la larga resulta nefasto. Se resiente todo el andamiaje de la sociedad civil y de la ciudadanía. Los enroques partidistas pueden tener algún tipo de utilidad táctica, pero terminan lastimando el músculo moral de los pueblos. Yo no sé si al final en España lograremos firmar una gran coalición, una pequeña coalición o tendremos que convocar nuevas elecciones. Pero de lo que no cabe duda es que necesitamos que regrese la política. Política, digamos, con mayúsculas.

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