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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

LGTBI

Los abusos de la corrección política suelen crear situaciones hilarantes. El otro día, en no sé qué coloquio televisivo, oí a un profesor universitario ¡universitario! que decía sin cortarse un pelo: "Si una persona es un LGTBI, lo que tiene que hacer es?". Corto aquí la frase, pero me detengo en este portentoso sustantivo (o lo que sea): "Un LGTBI". ¿Qué es un LGTBI? ¿Una nueva proteína? ¿Un prototipo de coche inteligente, como esos nuevos Tesla que pueden circular solos y que ya han provocado la muerte del conductor que iba viendo una película de Harry Potter cuando su coche tan inteligente él se estrelló contra un camión? ¿O una nueva partícula elemental de la física cuántica?

Por supuesto que estoy exagerando, porque todos sabemos o deberíamos saber que las siglas LGTBI corresponden al colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales (LGTBI). Pero hay algo un poco ridículo en esta obsesión por crear definiciones que sean lo más exactas posibles para no dejar fuera a nadie, se supone, porque al final crean una terminología que suena inhumana y excesivamente técnica y en el fondo absurda. Y más aún si se tiene en cuenta todo el sufrimiento y todas las humillaciones que han tenido que soportar quienes ahora son denominados así, con ese acróstico que parece un robot o una proteína, LGTBI. Basta pensar en ese profesor que quiere ser muy "gay friendly" y que por eso se inventa el asombroso sustantivo "un LGTBI", que él cree muy razonable y muy correcto, pero que en realidad lo único que hace es el ridículo. ¿O no? Si nos ponemos a pensarlo, "un LGTBI" es un ser monstruoso que es a la vez lesbiana y gay y transexual y bisexual e intersexual. ¿Existe alguien así? Lo dudo mucho.

Y pasa lo mismo con ese otro concepto monstruoso, "heteropatriarcado", que se ha puesto de moda entre las feministas más radicales. Hace poco, tras el atentado contra una discoteca gay de Orlando, un joven político español culpabilizó del crimen al "heteropatriarcado", así sin más. Sería mucho más lógico culpar de la matanza de Orlando al machismo, o al fanatismo religioso sobre todo cuando se supo que el culpable del atentado era un islamista con graves problemas de identidad sexual, o incluso al islamismo radical, que hoy por hoy es el mayor enemigo de los homosexuales en todo el mundo (en Irán cuelgan a los homosexuales de una grúa, y los barbudos del Estado Islámico los arrojan desde lo alto de las azoteas). Pero la corrección política empujó a ese joven político a culpar de la matanza a ese feo "constructo" intelectual denominado "heteropatriarcado", que nadie sabe muy bien qué es, aunque suena muy científico y muy exacto. Y lo peor de todo es que esta clase de términos tan fríos y tan abstractos en realidad causan el efecto contrario al que buscaban: en vez de crear simpatía hacia quienes han sufrido y todavía sufren toda clase de humillaciones, al final lo único que hacen es despersonalizar las tristes situaciones humanas que intentaban nombrar. Un asesino de homosexuales puede ser muchas cosas: un hijo de puta, un fanático, un psicópata lleno de odio y mil cosas más, pero jamás podrá ser un heteropatriarcal, entre otras cosas porque ni él mismo ni tampoco las personas que asesinó sabían qué puñetas significa eso.

Pero lo peor no es eso, sino el sesgo revanchista y autoritario que se está introduciendo en un moviendo que debería ser justo lo contrario. Con la excusa de luchar contra los agravios y las humillaciones que han sufrido y todavía sufren los gays, se están introduciendo unos comportamientos inquisitoriales que a veces alcanzan extremos preocupantes. Si alguien emite una leve crítica o un comentario irónico contra cualquier aspecto del movimiento LGTBI, de inmediato se considera a esa persona homófoba y reaccionaria y fascista, por no decir "heteropatriarcal" y cosas mucho peores. Da igual que la crítica no se dirija contra la homosexualidad en sí misma ni tenga nada de machista ni de retrógrada, porque sólo pretendía llamar la atención sobre un aspecto del ideario del movimiento LGTBI que parece cuestionable o cuando menos discutible. Da igual, porque la cacería se desatará de inmediato. Es así de triste.

Hace unas semanas, el colectivo Bens Amics concedió al escritor palmesano Octavio Cortés el ultrajante premio de "Dimoni rosa", por unas declaraciones en un coloquio de IB3 en las que Octavio Cortés simplemente discrepaba de algunos puntos menores del nuevo dogma LGTBI. Yo he visto ese debate y lo que dijo Octavio Cortés no es para tanto. Se puede estar de acuerdo o no, pero concederle el ignominioso título de "Dimoni rosa" o Doctor Homofobia, como él mismo se denomina, supongo que evocando a aquel maléfico Doctor Strangelove de Kubrick es pasarse un poco. Octavio Cortés es uno de los escritores más libres que tenemos y uno de los pocos que consigue poner el mundo patas arriba con cada frase que escribe. En sus libros, Cortés dinamita todos los conceptos que nos habíamos acostumbrado a tomar por inamovibles. Y de su voladura controlada no se salva nadie: ni los burgueses ni los tacaños ni los tontos ni los miedosos, pero tampoco los progres ni los fachas ni los heterosexuales ni los homosexuales. ¿De verdad que Octavio Cortés se merecía esto? Por favor, señores, un poquito de por favor.

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