Diario de Mallorca

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Que un presidente con sede en Washington diga "Dios bendiga a los Estados Unidos de América" es algo bastante común. Las películas de acción y las series televisivas al estilo de El ala oeste de la Casa Blanca nos han enseñado que cada discurso que hace la persona con más poder de todo el planeta termina siempre así. Lo que resulta extraño es que lo remate diciendo "Dios bendiga a España". El discurso del presidente Barack Obama en la base de Rota, en la bahía de Cádiz, tuvo ese colofón, insólito en la medida en que es muy raro que el primer ciudadano de los Estados Unidos visite nuestro país. Hasta películas como la de Berlanga se hicieron tomando como idea los deseos insatisfechos de que Mr. Marshall o, en su defecto, el presidente estadounidense fuera bienvenido aquí. Pero ya ha llegado uno, por más que se trate de un pato cojo, de un líder en sus últimos momentos, y de que lo haya hecho en unos momentos en especial delicados para la política española. De ahí que a Obama le recibiese no ya un pato cojo sino del todo inválido, un presidente del Gobierno en funciones y con pocas posibilidades por el momento de curar sus males logrando una nueva investidura de forma rápida.

A eso mismo se refirió Obama con una de cal y otra de arena, diciendo que España necesita un gobierno fuerte, sí, pero apostando a todas las cartas al asegurar que sea cual sea el partido en la Moncloa nuestro país será un socio fiel de los Estados Unidos. Por si acaso, encomendó a Dios la tarea de bendecir a España, tarea divina donde las haya y que indica hasta qué punto andamos encallados con lo de la investidura que no sale.

Pero, ¡ay!, la ayuda del presidente Obama encaminada a lograr algo de estabilidad se antoja dudosa. El Dios al que elevó sus plegarias queda claro que es el mismo a uno y otro lado del Atlántico pero lo que sin duda resulta diferente es el lugar de donde sale la plegaria. Si la práctica totalidad de los ciudadanos estadounidenses que imploran bendición lo hacen con la mano en el pecho y la mirada hacia la bandera, muy seguros de lo que piden, aquí andamos un pelín confusos. Ya de entrada nos sería difícil coincidir en lo que quiere decir España, por dejar de lado nuestras ideas respecto del supremo hacedor. La estrategia patriótica de la coalición Unidos Podemos en las pasadas elecciones salió como salió y, aunque resulta imposible atribuirle responsabilidades en los resultados electorales, no recuerdo ningún mitin ni acto de campaña en el que los gritos de patriotismo sonasen reales.

Somos poco patriotas y ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cuál es la bandera hacia la que hay que mirar. En esas circunstancias cabe pensar que Dios, si existe, si oye las plegarias y si se dispone a atenderlas, se hará un lío sobre qué es lo que queremos. De momento, yo apuntaría a que necesitamos sentido común en los diputados en Cortes. Sí, ya sé que es mucho pedir.

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