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Mala leche en el café

El caso del camarero del navío Balearia que cubría la travesía entre Formentera e Ibiza y el cantante catalán, Quim Portet, expresa a la perfección lo que ocurre en España: desencuentro. Y lo que es más triste, un desencuentro voluntario. El cliente, en este caso, el exmiembro del grupo musical El Último de la Fila, pidió un "cafè amb llet", así como suena, en catalán. El camarero, por su parte, dijo que no le entendía. Días después, el músico acusó al camarero en Twitter, señalándole con el dedo y subrayando que el camarero en cuestión no era capaz de entender "cafè amb llet." El guitarrista le hizo al camarero una fotografía con su móvil. Horas después la expuso en las redes sociales acusándolo de no saber catalán. La reacción es fea, más propia de un espía o de un delator. Y, por supuesto, el trabajador de la naviera corre el peligro de perder su empleo. Vaya eso por delante. Ahora bien, a uno se le hace difícil creer que el camarero no comprenda algo tan sencillo como "cafè amb llet", sobre todo si trabaja en una zona en la que es común oír expresiones como ésta. Y más, como el mismo camarero asegura, si es ducho en idiomas. No hace falta saber en profundidad la lengua catalana para intuir que lo que pidió Portet era eso, un café con leche. Aquí ha habido mala leche por ambas partes. El camarero, por hacerse el ignorante y, por tanto, el sordo. El músico, por delator y por pretender que el trabajador sea puesto en la picota por los directivos de la compañía. Ese tipo de conflictos, que serían absurdos en otro país, aquí resultan gravísimos y crean una tensión máxima, toda una afrenta entre convecinos.

Tiene razón el ensayista portugués, Gabriel Magalhâes, cuando afirma que España es un país en el que uno nota, nada más pisar suelo hispánico, una corriente de tensión electrizante. Como si bastara cualquier nimiedad para que el país saltara por los aires o todos nos preparásemos para embestir al otro. En mi caso, cuando piso suelo portugués, es como si accediese a un lugar suave y ondulante, ajeno a ese tipo de trifulcas, en el fondo, pueriles y que desquician la convivencia diaria. España sería más España si en lugar de encastillarse en orgullos patéticos, fuese un país más poroso, más sensible a la variedad cultural y, en definitiva, lingüística que nos enriquece, pero que dado nuestro carácter brioso nos provoca sarpullidos innecesarios, enemistades y rupturas bruscas, resentimientos demasiado viejos pero aún, por desgracia, vigentes y alimentados por situaciones como éstas. Seamos sinceros, cualquier ciudadano español puede entender el significado de "cafè amb llet", y si no es así es que algo está fallando y de ahí nuestra mala leche en la convivencia. No es necesario realizar estudios filológicos muy complejos en lengua catalana como para quedarse bloqueado ante una petición tan sencilla como esa del café con leche expresada, en este caso, en catalán. Insisto, la actitud de Portet me ha parecido muy mezquina al señalar como acusado a este trabajador, a este camarero de Balearia. Los delatores infunden desprecio.

Basta un poco de intuición, de oído y cuatro nociones de esa lengua para servir ese café con leche sin más problemas, un café con leche que ya se está enfriando y que pronto será imbebible y habrá que pedir otro. Un país sensato, un país no acantonado en viejas tirrias intestinas, debería ser capaz de afinar el oído, de dialogar sin tensiones innecesarias, de ceder y, sobre todo, que ese acto de ceder no sea traducido como humillación. No nos envenenemos más de lo que estamos. En fin, que el uso de una lengua no se convierta de inmediato en una afrenta o en una declaración de guerra. Pues esta falta de entendimiento entre el camarero y el guitarrista es, de algún modo, voluntario, buscado, y eso es lo más triste, que esa falta de entendimiento sea fomentada por los actores. No es que no se entiendan, es que en verdad no se quieren entender, y eso ya es más peliagudo. Por asuntos como éste, dan ganas de renunciar a España y a Cataluña, y largarse a Portugal, patria de quienes deseamos desactivar este mal café, o mala leche, que solemos segregar. Portugal como un colchón mullido en el que reposar las migrañas hispánicas. Allí donde, como dice el ensayista Gabriel Magalhâes, el español puede amortiguar sus tensiones internas y sus rabietas y pataletas nacionalistas. Una dosis de dulzura para el español y el catalán perpetuamente cabreados.

Ya saben aquello de "menos mal que nos queda?" Pues, eso. Que nos falta oído, finura y, sobre todo, ganas de entenderse.

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