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Antonio Papell

No a la gran coalición

El Partido Popular no ha desistido del todo de reclamar como fórmula de gobernabilidad la 'gran coalición' con el PSOE, aunque Rajoy ya parece inclinarse con más realismo por un pacto de mínimos. Pero es lógico que el candidato del PP sueñe con la alianza con lo socialistas, que representaría una potente mayoría absoluta de 222 escaños (sin precedentes en la etapa democrática), lo que facilitaría la adopción de cualesquiera decisiones de futuro que hubiese que tomar. No explican sin embargo los promotores de la idea cómo se pondrían de acuerdo actores con posiciones tan dispares sobre cuestiones vitales.

La gran coalición no parece sin embargo la opción más racional ni la más deseable para preservar, además de la gobernabilidad, la estabilidad democrática presente y futura. Porque, en realidad, las elecciones del 26J han sido ganadas por las opciones conservadoras, de centro-derecha, que reúnen 169 escaños entre el Partido Popular (137) y Ciudadanos (32). Para hacerse una idea de los órdenes de magnitud, conviene recordar que Aznar formó gobierno en 1996 con 156 diputados y que Rodríguez Zapatero hizo lo propio en 2008 precisamente con ese mismo número de escaños, 169.

Es evidente -también para Rajoy, y eso explica su resistencia a la aventura- que la plasmación de esta idea será sumamente compleja. El líder de la formación que ha ganado las elecciones deberá emprender una costosa y laboriosa tarea de seducción, que en primer lugar ha de centrarse en atraer a Ciudadanos. Albert Rivera dejó meridianamente claro durante la campaña previa al 26J que no pactaría con Rajoy ni con persona alguna de su equipo directo porque consideraba que hacía falta una profunda renovación del PP que dejara atrás los episodios de corrupción que han desfigurado la vida pública a lo largo de toda la legislatura. Sin embargo, los resultados del 26J obligan a Rivera a revisar esta actitud ya que, con toda claridad, el electorado ha querido fortalecer la posición de Rajoy entregándole 14 escaños más. Uno podrá sentirse irritado por el hecho insólito de que la ciudadanía premie a partidos que no han sido ni mucho menos ejemplares, pero la soberanía popular a veces no atiende a esta clase de razones.

Con posterioridad al acuerdo PP-Ciudadanos, Rajoy tendrá que conseguir todavía siete escaños más hasta lograr la investidura por mayoría absoluta, y lo razonable es que los busque en el nacionalismo conservador: Coalición Canaria, el PNV y CDC. La dificultad será extrema pero no mayor que la que tuvo que afrontar Aznar en 1996, cuando al borde de la desesperación llegó incluso a hablar catalán en la intimidad. Será muy bueno para todos que Rajoy ponga pie a tierra, inicie -porque no será más el principio- la aproximación al nacionalismo periférico y se disponga a librar la negociación de su vida, que atañe a su investidura pero también a la reforma constitucional que habrá que llevar a cabo si se quiere salvar la integridad del Estado trayendo a Cataluña hacia una fórmula de compromiso.

¿Y el PSOE? El PSOE deberá mantenerse vigilante en la oposición, actuando como contrapunto de la acción gubernamental y pactando con la mayoría la reforma constitucional (que requiere como es sabido mayorías cualificadas) así como los acuerdos de Estado con que con toda seguridad exigirá al PP Ciudadanos. Los socialistas deberán reconstruir su ideario -hay que recuperar la esencia de la socialdemocracia, que no sólo consiste en gestionar con eficiencia el capitalismo- y su mensaje, hasta potenciar su condición de opción alternativa. En competencia con Unidos Podemos, que deberá centrarse en su opción alternativa y que seguirá intentando alcanzar el papel hegemónico que esta vez le han negado con rotundidad las urnas.

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