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Antonio Tarabini

Una semana después en España (I)

Ha transcurrido una semana desde el 26J. Los resultados, votos y escaños, son claros. Los populares de Rajoy, sorprendiendo a tirios y troyanos y sin que experimente ningún coste electoral por los múltiples casos de corrupción (incluidos los últimos días de campaña), han alcanzado casi ocho millones de votos obteniendo 137 escaños, superando en catorce los alcanzados el 20J. Ciudadanos ha perdido comba con sus tres millones cien mil votos y 32 escaños. Los socialistas no han obtenido buenos resultados con solo 85 escaños, a pesar de mantenerse en segundo lugar y obtener en torno a cinco millones y medio de votos. La coalición Podemos/IU con sus confluencias, ha obtenido unos malos resultados especialmente en referencia a sus expectativas, han perdido un millón doscientos mil. Pero la feria no ha hecho más que comenzar, ahora se inicia un nuevo trance: la investidura (o no) del presidente del Gobierno, evitando (o no) unas indeseables terceras elecciones. Pero con ser importante tal investidura, no es suficiente. Es necesario garantizar una gobernabilidad para afrontar los graves y decisivos retos a los que debemos hacer frente.

Las circunstancias no son las mismas que una semanas después del 20D. Es muy probable que, sin resultar un juego de niños, se den las condiciones para conseguir la investidura de un candidato. Todos los partidos tienen que poner sus propias ascuas, pero la máxima responsabilidad corresponde al PP por el peso relevante de sus votos y escaños. Ni tan siquiera con los 32 diputados de Ciudadanos Rajoy puede alcanzar su investidura en la primera vuelta, pero sin que sea un paseo militar puede conseguirlo en segunda ronda si cuenta con los apoyos y/o abstenciones de partidos afines. Pero en cualquier caso, deberá gobernar en minoría (con C's, o en solitario). Pero, además, una cosa es que Rajoy sea investido presidente y otra muy diversa que tenga garantizada la gobernabilidad. El Parlamento es plural y diverso, y para obtener mayorías suficientes para la aprobación de reformas de leyes, del próximo presupuesto, de plantearse el futuro de las pensiones y de la financiación de las autonomías, y otros mil retos, deberá cambiar su chip y modo de gobernar durante la última legislatura. Será preciso voluntad y capacidad de negociación y de pacto.

Los socialistas no han obtenido unos buenos resultados pero han aguantado el tipo, lo que no es moco de pavo vistos los sondeos previos. Son los segundos en votos y referentes de la izquierda en el arco parlamentario, al no haber sufrido el sorpasso de Podemos/IU y sus confluencias. De momento, como mínimo, han frenado parcialmente la sangría de exvotantes socialistas hacia la abstención y/o a Podemos. Pero la realidad es que los electores han ubicado a los socialistas en la oposición. Después del 26J es imposible configurar una mayoría de cambio, tal como podía haberse formado después del 20D. La suma de votos de ambos (PSOE y coalición Podemos/IU) es insuficiente, además de la complejidad de encontrar complicidades en fuerzas políticas (muy diversas) que forman las denominadas "confluencias". Sin pasar por alto un enrarecimiento (¡real y con causa!) de las relaciones entre PSOE y Podemos. En definitiva, los socialistas comienzan a definirse: niegan la posibilidad de una gran coalición, el gran sueño de Rajoy, y también niegan su voto (activo o pasivo) a la investidura de Rajoy. Su lugar está en la oposición, pero si los socialistas pretenden ejercerla de modo coherente, serio, útil y capaz de llegar a acuerdos en temas clave de interés general, deberán superar estériles guerras cainitas, así como reconstruir su propio discurso político enraizado en sus principios socialdemócratas.

La coalición Podemos/IU, con sus confluencias, ha quedado muy lejos de sus expectativas. No han conseguido dar el sorpasso a los socialistas, ni mucho menos convertirse en la fuerza política hegemónica tal como era su pretensión. Los resultados, aunque les haya favorecidos en el número de escaños por la aplicación de la ley d'Hont, han sido malos. La coalición ha perdido en torno a un millón doscientos mil votos, aunque también es cierto que sigue manteniendo cinco millones de votantes. Uno de sus máximos desideratums ha quedado en agua de borrajas: formar un gobierno de cambio presidido por Iglesias, suponiendo que contaran con los votos de los socialistas. La realidad ha provocado un trauma en Podemos y sus entornos, que de momento, no acaban de comprender ni asumir los resultados. Las causas son complejas y su identificación debería conducir a una autocrítica, no necesariamente destructiva. Hace unos pocos días se han reunido Podemos, IU y sus confluencias para concertar un análisis coherente y serio que les permitan definir su lugar desde la oposición, cuyas conclusiones desconozco a la hora de escribir estas líneas.

Sin duda hay un guión probable, aunque queden reglones por escribir: un gobierno en minoría presidido por Rajoy, con riesgo de una gobernabilidad inestable dependiente en gran parte del talante de los populares; y también, aunque de modo subsidiario, de la oposición, especialmente de los socialistas.

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