El abandono británico de la UE es el resultado de una mentira y una irresponsabilidad. La mentira: que la unión de las naciones europeas daña al Reino Unido y que el aislacionismo es el camino para avanzar en un mundo complejo. La irresponsabilidad: sacarse de la manga un arriesgado referéndum „ni los británicos lo demandaban„ simplemente para satisfacer los intereses electorales domésticos de quien lo convocó. Los actos siempre tienen consecuencias, y muchas veces indeseables. No hay decisión sin costes aunque la trivialización y superficialidad que traen los nuevos tiempos haga creer a una confundida mayoría que todo sale gratis.

El terremoto del ´Brexit´ ilustra bien a las claras lo que ocurre cuando los políticos, en cualquier parte, con tal de obtener votos por la vía rápida, apelan a la demagogia y a los sentimientos en vez de a la razón y a la reflexión, dando cobertura democrática „una consulta„ a lo que son en realidad movimientos tácticos y ambiciones. La decisión británica supone una invitación, en todo el continente, al auge de tendencias que estaban felizmente superadas, como los extremismos, de derechas y de izquierdas, y los nacionalismos imperialistas más rancios, con sus correspondientes corolarios, el totalitarismo y la xenofobia. No hace falta una bola de cristal para predecir que este rebrote, de consolidarse, no traerá nada bueno. Para evitarlo, sin histerias ni alarmismos, lo primero es tomar consciencia de su peligro.

Las naciones europeas están perdiendo gran parte de los referentes morales con los que consiguieron superar una catástrofe de proporciones gigantescas: una conflagración con millones de muertos que ocurrió, como quien dice, todavía ayer. Esos principios, hoy en el olvido de las nuevas generaciones, permitieron levantar en un continente destrozado un oasis de libertad e igualdad, en la que nació el Estado del bienestar, conquista sin parangón. Quienes atacan a la UE porque la conciben como una asociación de privilegiados que conciertan acciones para engordar sus prebendas olvidan su finalidad real: contribuir a la paz y el progreso de sus naciones, sin arrebatar la soberanía a nadie. A todos los socios, sin discusión, dentro les fue mejor. Basta con ver el avance de España gracias a sus fondos solidarios.

Que Gran Bretaña repudie a la UE no constituye una novedad. Muchos de sus ciudadanos, incluso desde el mismo día del ingreso, siempre cuestionaron el club, al que culpabilizan de sus males. Con una grave crisis de por medio resulta más fácil encontrar chivos expiatorios fuera de Londres que en casa. La UE no es perfecta. Encastillada en una torre de burócratas, no ha sabido conectar con la gente. Necesita repensarse. Pero los británicos, con un estatus especial, arrancado precisamente por sus históricos recelos, no son precisamente los más damnificados por las deficiencias en la estructura de Bruselas.

El portazo de Gran Bretaña supone una herida profunda en el camino hacia una Europa federada. La respuesta requiere estadistas de talla. El drama, y quizá por eso hemos llegado hasta aquí, es la ausencia de líderes en la Unión. De voces contundentes y claras con una visión estratégica que tracen el rumbo. La situación sólo admite una respuesta: construir una UE más grande y próspera sin el Reino Unido.