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Matías Vallés

Los ingleses seguirán fuera de Europa

La soberbia continental llega al extremo de que por ejemplo no está previsto que un país abandone el euro, frente a la minuciosa regulación de la entrada en el club monetario. De ahí que el resultado del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE abofetee a los mercaderes europeístas. La votación no supone solo un giro de 180 grados, sino mucho más, de 360. Los ingleses seguirán fuera de Europa, en cumplimiento del reciente titular irónico del abandonista Daily Mail, "Somos europeos, ¡dejadnos entrar!" Sobre todo, los británicos seguirán lejos de Europa. Se mantendrán aislados de unas instituciones derrochadoras que han bombardeado sin contemplaciones desde el periodismo investigador del diario japonés Financial Times, favorable a la continuidad del vínculo, y del Daily Telegraph.

Londres pone a Europa en su sitio, mientras se constatan los riesgos del patriotismo excesivo y de amenazar al electorado con las consecuencias de su voto. Sí, son comportamientos que se repiten en las elecciones españolas, donde se identifica el populismo con el cumplimiento de la voluntad de los votantes. Antes que decir no a Europa, los ingleses han rechazado el paternalismo de quienes les adoctrinaban sobre beneficios que no perciben en su cotidianeidad. La tentación pedagógica debe continuar, por lo que el ministro alemán de Exteriores se apresura a proclamar "un día triste para el Reino Unido". ¿Puede ser triste una jornada en la que se vota, o la contrariedad del resultado debe acelerar la extinción de la engorrosa introducción de la papeleta en la urna?

Por si es imprescindible desligar la emancipación británica de un provincianismo recalcitrante, la presidenta de la plataforma a favor del abandono de la UE es nativa de Alemania, y en este idioma se dirigió de madrugada a Bruselas para tranquilizar a los mercados. Llegados al punto de partida, desde España se habían anunciado más desgracias en el caso de una despedida a la inglesa que en el satánico efecto 2000, que debía paralizar las redes informáticas del planeta. Por fortuna, el Apocalipsis está muy sobrevalorado. No es previsible que las mismas personas cometan errores distintos, por el solo hecho de modificar los vínculos entre ellas. De ahí la templanza del primer ministro australiano Malcolm Turnbull. Se limita a pronosticar "un grado de incertidumbre", como si la humanidad hubiera conocido un solo día sin desasosiego.

El abandono del Reino Unido no puede ser más pernicioso que tener de ministro a Fernández Díaz. En todo caso, el compromiso español con Europa es indestructible, y se asienta en la familiaridad con las entrañas de la UE. Por ejemplo, la transcripción ofrecida por el europeísta Pedro Sánchez del primoroso discurso de su fallida investidura mencionaba a un tal "Jünker". Es probable que se tratara de Juncker, presidente de la Comisión Europea. Y que el candidato socialista ensayara un juego de palabras, al declarar innombrable al político luxemburgués. Es curioso que se hayan empleado los mismos argumentos para persuadir a los votantes británicos de que se mantuvieran en Europa y para disuadir a los votantes españoles de que apoyen a formaciones emergentes. Quienes han traído el caos, amenazan con la perpetuación del desorden si no se les mantiene en el poder. Hace sol, porco Podemos.

El pueblo que colocó a un borracho al frente de la guerra contra Hitler no pierde el humor ni la frialdad, al renovar su enfrentamiento con la Europa germanizada. El desgreñado Boris Johnson es el Donald Trump para personas inteligentes. La victoria de la excentricidad frente a la continuidad comporta un serio aviso para Hillary Clinton, cuya victoria se garantiza hoy con tanta convicción como el jueves se avanzaba que el Reino Unido permanecería en la UE. Los argumentarios basados en la inercia se desmoronan con asombrosa facilidad cuando hablan los votantes. En cualquier caso, un divorcio solo adquiere su dramatismo intrínseco al venir precedido de una compenetración absoluta. No es el caso. Si hasta los ingleses podían ser europeos, difícilmente se podía presumir del arraigo de una Europa consistente.

Los políticos amagan, los votantes deciden. Hasta la fecha, los británicos no querían dejar de ser europeos, se conformaban con quejarse amargamente de ser europeos. Si han superado el vértigo a lo desconocido que frenó el referéndum independentista escocés, Bruselas deberá replantearse sus convicciones, salvo que quiera asistir a una cadena de defecciones. El exitus ya no equivale a la muerte, sino a una salida apetecible. La autocomplacencia no es una opción. Procede copiarles la ironía a los británicos, y promover eslóganes menos dogmáticos. Verbigracia, "Si quieres renegar de Europa, conviene estar dentro".

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