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Épita y ética, a veces rivales

La diferencia mínima entre los dos vocablos (paronomasia, la llaman), pero abismal en cuanto al significado, se me ha ocurrido que podría explicar en corto lo que muchos pensamos sobre lo que viene sucediendo desde las pasadas elecciones. Aunque de cambiar el título por otro del mismo cariz, "Paraísos y parásitos", por un decir, tampoco andaría lejos de lo que quiero significar; la proeza de gobernar y una épica para alcanzar el paraíso sin importar los modos: ni el cómo ni el para qué.

Desde diciembre y lo que te rondaré a partir de julio, reuniones sin cuento para beneficio de sus respectivas personas y Partidos, con el cuento de hacerlo por nuestro bien aunque, tras el rosario de desencuentros a que hemos asistido, haya quedado patente que la prioridad consiste en poner al contrario a bajar de un burro. Con el entusiasmo de quien hubiera descubierto la piedra filosofal y a pesar de conocerse (y comprobar a través de sus comportamientos) que ardor e inteligencia no suelen andar de la mano, porque en otro caso sabrían que no es la autosuficiencia y la viga en ojo ajeno lo que querríamos sino programa, si es que aún no se han percatado. Sin embargo, lo que albergan, más allá de su verborrea, es ambición de poder; a la ética que le den y luego ya se verá. Para muestra el botón de estos meses, en que las formas se han impuesto por encima de unos compromisos sometidos al albur de las circunstancias.

La apariencia sobre todo: sonreír a diestro y siniestro con tal de prosperar en el negocio, la representación convertida en marca de cada cual y, en un remedo de Groucho Marx, tengo estos principios pseudobolivarianos, de la derechona más caduca o centrismo y lo que se tercie a tenor del pacto en ciernes, pero si no les gustan tengo otros. Algunos suponen que será un estilo entre desenfadado y profesoral el que nos seduzca; otros intentan crear realidad con base a repetir las mismas frases y los hay que, incapaces de enunciar lo que no han conseguido ordenar en su cabeza, optan por el laconismo contundente: un "está lloviendo" o "me emociono con las alcachofas" que, al buen entendedor, intuye que sonará a metáfora gloriosa.

Quizá el hecho de que el delirio de mentir pueda contagiarse y saltar de uno a otro como hacen los piojos, explica que estemos hasta el gorro de castillos en el aire, exageraciones interesadas o análisis que, a poco que nos fijemos, parecen esconder siempre el germen de la doblez para lograr la épica hazaña de hacerse con el sillón. Mediante el sorpasso (neologismo ridículo donde los haya), promoviendo alianzas con ases bajo la manga, liderando un avispero de barones o, los de más allá, empeñados en hacer del inmovilismo la herramienta para el progreso y en la confianza todos de que, a la larga, la verdad importa poco. No obstante, y por no subrayar el escepticismo cargando las tintas en sus cojeras, podríamos suponer que los próceres procuran, por sobre las estrategias coyunturales, exponer con más o menos acierto algunas certidumbres tras haber asumido los versos del cubano Herberto Padilla: "Di la verdad, / di al menos tu verdad. /Y después deja que cualquier cosa ocurra?". ¿Cualquier cosa? Y si la imposibilidad de formar una mayoría de Gobierno ha sido el resultado de distintas certezas en pugna, ¿alguno será capaz, a partir del 26 de junio, de matizar las suyas para normalizar la situación, frente a la evidencia de que verdades las hay por doquier, siempre incompletas y algunas se dan entre sí de bofetadas?

De ser preguntado al respecto, yo diría que no. Y si los electores persisten en sus preferencias al depositar la papeleta, se me antoja que las convicciones de los próceres las mayores enemigas no sólo del consenso, sino también de muchas verdades, seguirán primando y segando la hierba al diálogo hasta el punto ya comprobado en los meses pasados. Porque la aspiración de cada Partido, con marchamo de casta o en trance de conseguirlo, es llegar a una victoria épica: la epopeya, con independencia de que su trayectoria hasta aquí haya estado teñida de ignominia por causa de la corrupción, el apriorismo estéril o un ombliguismo más propio de vedette.

Con todo, ya sólo queda esperar a un final que, por sobre las encuestas, sigue abierto. Como el de algunos y muy logrados relatos, aunque el que en estos meses nos ha tocado en suerte deje bastante que desear. Por lo demás, y de asumir lo que en su día afirmó un conocido escritor, que la verdad no se vota, ¿qué haremos frente a las urnas? Quedará a criterio de cada cuál, aunque la decisión sería más fácil si en los meses pasados y en lugar de andar a la greña a extremos de vergüenza, hubiesen seguido el consejo del gaucho Martín Fierro, lo que, de paso, les habría conferido un plus de dignidad que nunca viene mal. "A nadie tengás envidia, / es muy triste el envidiar; / cada lechón en su teta, / es el modo de mamar". El problema es que todos las quieren todas, en lo que podría llamarse, por terminar en rima, la abyección del chupón.

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