Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Cosas sin importancia, o sí

1.Hacer las cosas bien no es fácil, ni fruto del azar. Algo que todos saben respecto a sí mismos, pero no siempre respecto a los demás. Lo digo porque me ha parecido curioso cómo ha reflejado nuestra prensa el reconocimiento al mejor restaurante del mundo en 2016, italiano y de nombre Osteria Franciscana. Los últimos dos años, este reconocimiento se lo había llevado el Celler de Can Roca, de Girona. Dos años consecutivos, algo que me parece que no había ocurrido nunca. Seguro que en Can Roca se come igual de bien este año que el pasado o antes, pero ser premiado por eso dos veces consecutivas, repito tiene mucho mérito. O siendo más precisos: tiene todo el mérito del mundo por partida doble. Bueno, pues aquí la noticia no ha sido que ahora el mejor restaurante es la Osteria Franciscana, quiá. La noticia ha sido que el Celler de Can Roca ha perdido el título, ha sido desbancado y otras frases por el estilo. Frases en negativo, quiero decir. Nunca he comido en Can Roca fui invitado un año o dos antes de que lo nombraran el mejor restaurante del mundo y no pude asistir a esa comida, pero estoy seguro de que sigue siendo el mejor. No lo han dictaminado así, pero a su chef, el mayor de los Roca, lo han nombrado el mejor chef del mundo en 2016. Por algo será. Y el empeño local en subrayar que no, que ha perdido el título frente al italiano no es por mucho que quieran la noticia. Pero así vamos derivando: con grandes entusiasmos por cosas que no los merecen y desmereciendo a los mejores, aunque sea con la boca pequeña y haciendo ver que no.

2. Nos preocupan los atentados islamistas, pero el panorama civil de la Eurocopa pone los pelos de punta. La impresión de que las calles de distintas ciudades francesas se han convertido en una maqueta de la Tercera Guerra Mundial no es una fantasía a la hora de la siesta. Que las vanguardias más belicosas de cada nación están allí para hacer músculo y entrenarse cara a la barbarie final, tampoco es fruto de la imaginación. Sabíamos que el fútbol suple a las guerras es una de sus representaciones simbólicas y en esa representación conjura el peligro y que las detiene incluso, aunque sean dos horas, también lo sabíamos. Pero esto de ahora es lo opuesto: lo que se evitaba se reproduce con saña en la calle. Durante la guerra de Yugoslavia las bandas más crueles salieron de los grupos ultra del fútbol. Viendo las imágenes francesas es difícil para quien recuerda aquello pensar en otra cosa. Pasará la Eurocopa sí, pero ellos volverán a casa con el olor de la sangre entre las manos, ya saben. Y para acabarlo de arreglar, en la democracia más vieja y civilizada de Europa, asesinan a una diputada que estaba a favor de quedarse en Europa y no abandonarla. Por ese motivo, quedarse. Virtudes del nacionalismo, todas ellas, cuando se convierte y en tiempos de crisis suele convertirse en una religión radical que abomina de todo aquello que está fuera de su iglesia.

3. Led Zeppelin consiguió una cosa difícil: unir en algunas de sus canciones a gente de gustos musicales muy dispares. Personas poco amantes del rock duro disfrutaron con esas canciones de Jimmy Page y Robert Plant. Rozaban el lado hortera del rock que lo tenía pero en ese lado encerraban también una sensibilidad refinada que deslumbra en canciones como Ramble on rescatada por la película Oblivion (un peñazo, por cierto, que no salva ni la bella Olga Kurylenko) o What is and what should never be o Thank you, que son canciones con fragmentos que ya no se olvidan, aunque no se escuchen, ni se hayan escuchado más. Esta sensibilidad se expandía en la maravillosa guitarra acústica de Page y en la voz parlante, más que cantante, y como de castrato pasado por el East End, de Robert Plant. Sus letras a Jimmy Page le gustaba mucho Tolkien no es que fueran gran cosa, pero había algo indefinible y en cierto modo mágico ahí dentro. Si alguna canción de Led Zeppelin unió a tirios y troyanos, horteras y finolis, camioneros y brokers (que no son antitéticos) fue Stairway to Heaven. Todo el mundo la ha escuchado, reverenciado y bailado (o balanceado, mejor, bajo su influjo). En el casco antiguo de las ciudades, en los bares de carretera, en los pueblos y en los arrabales. El rasgueo de guitarra de sus primeros minutos se convirtió allá por los setenta y ochenta en un rito casi sagrado. Comenzaba a sonar y todos callaban, entregándose a esa música y esperando su in crescendo y éxtasis final. Sabemos de lo que estamos hablando y quien no, allá él (o ella): en la vida hay un tiempo para cada cosa. Y ahora dicen que es un plagio. ¡Hombre, no!

Varias veces han sido, los integrantes de Led Zeppelin, perseguidos por ese fantasma, real o imaginario. Y también por algún que otro asunto más turbio, creo recordar. Esta semana se juzgaba el caso Stairway to Heaven y Jimmy Page y Robert Plant no se hablaron durante toda la vista. Escuché la canción del grupo Spirit grupo que no conocía de donde dicen que salen los sonidos de aquella guitarra acústica y no me atrevería a decir que no. Es más: preferiría no haberla escuchado y no envidio al juez del caso, a no ser que su oído sea el de un taco de madera, o la música rock le importe un bledo.

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