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Juan José Millas

Nos vuelven idiotas

Pedro Sánchez, que anhela la presidencia del Gobierno, continúa reprochando a Pablo Iglesias que haya aspirado a la vicepresidencia, como si el deseo de gobernar ocultara alguna inclinación patológica. ¿Por qué entonces, cabría preguntarse, se presenta él a las elecciones? ¿Debemos sentirnos mezquinos los contribuyentes por desear que gane nuestro candidato? ¿No es normal que quien carece de apoyos suficientes para la presidencia se conforme con la vicepresidencia? Todo esto es muy raro, como si un padre alentara a su hijo a estudiar Arquitectura al tiempo de afearle su afición a realizar maquetas de edificios. El líder del PSOE debería hacérselo mirar. Y muchos de nosotros también, pues a fuerza de escuchar esa crítica feroz hemos llegado a interiorizar que un político con ambiciones de poder es despreciable. Si Sánchez carece de tales ambiciones, debería dedicarse a otra cosa.

Esto es solo una muestra de las incoherencias con las que viene desarrollándose esta campaña, en la que a Albert Rivera le ha tocado (o ha asumido) el papel de desarrollar la teoría loca de Sánchez respecto al poder. Así, lo que Rivera echa en cara a Iglesias es que quiere controlar a los espías (asociados, entre otras tareas, a la vicepresidencia). Bueno, tampoco habría nada de malo en esto. Los servicios de inteligencia son una de las vigas maestras de cualquier proyecto gubernativo. Pero Rivera se refiere a los espías como si fueran la escoria de la sociedad. La pretensión de obtener alguna influencia sobre ellos implicaría el deseo de hacer un trabajo sucio. Como ocuparse de la recogida de basuras. Tanto Rivera como Sánchez pintan la vicepresidencia de un gobierno (incluso de uno en el que ellos fueran presidentes) como una institución apta solo para ser dirigida por maleantes o personas sin escrúpulos. ¿Se dan cuenta de los que dicen? ¿Nos damos cuenta nosotros de lo que nos dicen?

Estas invectivas absurdas, que sin embargo nos tragamos dócilmente desde el rabo hasta las orejas, son posibles, creo yo, porque los canales de televisión emiten, junto a sus series y programas basura, unos vapores malignos que salen por los poros de las pantallas de los televisores y nos vuelven idiotas.

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