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Olvido

Los que todo lo recuerdan acaban siempre sacando del baúl abarrotado de sus recuerdos algún que otro feo que uno hizo, algún comentario inocente y, tal vez, inoportuno, o alguna terrible omisión o falta de atención que ellos, por supuesto, se tomaron como una afrenta, como una deuda que tarde o temprano debería de ser saldada. Son esos tipos que, de repente, dejan caer alguna que otra observación que suele pillarnos a contrapié y sin muchos reflejos. Lo mejor es contestarles con una rapidez fulgurante a la vez que brillante, o bien dejarlos con la palabra o maldición en la boca. Ellos mismos acabarán algo avergonzados de su comentario recalentado y con cierto olor a rancio. Lo mejor, ya digo, es olvidar el tema o hacer como que se olvida, más que nada para no caer en la misma trampa y alargar un diálogo de sordos.

Olvidar no siempre es carecer de memoria o quedarse repentinamente en blanco. El hecho de olvidar tiene que ver con hacer las paces con el otro o con uno mismo. Saber olvidar es una ética y un arte. Es obviar palabras soeces, comentarios ofensivos, agresiones verbales, dejando al otro con la boca sucia de odio y rabia, mientras que uno sale airoso de eso que iba a ser, en principio, una pelea de gallos. Sí, algo hay de cierta crueldad en esa táctica del olvido. Sin embargo, no deja de ser una forma de cortesía, de desviar un balón que venía envenenado, en fin, de jugar a otra cosa. En definitiva, decir basta, callémonos, cerremos con delicadeza esa puerta a través de la cual entra una cantidad insoportable de datos, noticias idiotas y demás basura. Como dejó escrito Nietzsche en su Genealogía de la moral, "sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente." No se trata de un olvido banal o enfermizo, sino de un olvido con cierta grandeza. Un olvido generoso y, por tanto, saludable. Ya sabemos que sin memoria somos poca cosa, que nos nutrimos de ella. Sin embargo, ese olvido que habita en el corazón de la memoria, de algún modo, afirma la vida, diluyendo el engrudo del rencor que es el exceso de memoria.

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