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Matías Vallés

Obama se burlaba de Isis

No hay peor terrorismo que el que no quieres ver. Obama es un superdotado, que acostumbra a tomar sus decisiones tras un intenso proceso de deliberación, pero el parte de bajas empieza a confirmar que se equivocó al burlarse de Isis. El medio centenar de víctimas en Florida, a manos de un asesino inspirado en el terrorismo yihadista, no deja en buen lugar al presidente estadounidense que ridiculizaba al Estado Islámico. Se refirió a sus integrantes como "esos tíos en furgonetas". Otra adscripción presidencial, "son terroristas de las divisiones inferiores", ha quedado sangrientamente desacreditada a lo largo del último año. Las bravatas ni siquiera han surtido un efecto disuasorio, porque el movimiento ducho en las redes sociales replicó al inquilino de la Casa Blanca desde internet. "Obama, ¿has preparado suficientes pañales para tus soldados?"

El Estado Islámico nace porque Bush entró en Irak y porque Obama salió de Irak. La intervención y la ocupación de Bagdad se tradujeron en un desastre. La intervención en Libia sin ocupación también resultó desastrosa. En Siria no hubo intervención ni ocupación, pese a lo cual se reprodujo la catástrofe. Estados Unidos importó a Al Qaeda a territorio iraquí, y Occidente está pagando las consecuencias en bloque. Antes de la matanza de Orlando, la Casa Blanca consideraba que los sucesivos atentados resultaban asimilables. La última oleada de muertos también fue recibida desde Washington con un lenguaje escrupulosamente calculado, que pulimenta las aristas islámicas de la actuación criminal. La división de la opinión pública favorece a Donald Trump, porque el candidato Republicano todavía no ha debido encarar la perogrullada de Rajoy, "gobernar es difícil".

El presidente de Estados Unidos había menospreciado con ligereza a Isis. Lo consideraba una distracción de los problemas acuciantes del planeta. En una expresión al borde de la soberbia o el hubris divino, manifestó que "no amenazan nuestra existencia". Asumía de este modo la implantación a domicilio de un terrorismo débil, que golpearía con periodicidad pero sin dañar de modo irremediable las estructuras del país. Obama comparaba desfavorablemente el peligro relativo del Estado Islámico con las urgencias del cambio climático planetario, que sí se cierne como un riesgo para la humanidad en bloque. En un ejercicio irrefutable desde una perspectiva científica, pero que también demuestra sus dificultades con la empatía, recordaba que las caídas en la bañera provocan anualmente muchas más muertes de norteamericanos que el terrorismo islámico.

Ante los cadáveres evidentes, Washington se ha acostumbrado a poner en solfa la adscripción islámica de los autores de los sucesivos zarpazos terroristas. En Florida se ha reiterado este desconsolador baile de disfraces, destinado a evitar a los norteamericanos el encaramiento con las repercusiones de sus hazañas bélicas recientes. Interiorizar el terror para debilitar al enemigo exterior constituye un curioso experimento de liberación o inhibición psicológicas. Al margen de la particularidad de que el país occidental que más trabas interpone a los viajeros, sea una fuente del yihadismo que pretende frenar. Esta contradicción se le ha afeado ya a Trump, pero ni siquiera es original en la historia reciente. En los años ochenta, Estados Unidos prohibió la entrada en el país de seropositivos. En realidad, el gigante norteamericano era el país con mayor incidencia del sida, y por tanto un exportador neto del contagio del síndrome. No solo estigmatizaba a los afectados, se refugiaba en una falsa inmunidad.

Insistir ahora en la expresión "tiroteo" cuando se trata de un "atentado", salta de la habilidad de los asesores presidenciales o spin doctors a la fabulación pueril. Desligar al autor de la matanza de Isis porque no se ha descubierto un vínculo burocrático entre ambos, desarma el meollo de la famosa guerra contra el terror, librada contra un enemigo que desobedecía las leyes fundamentales del alistamiento y la identificación uniformada. De remate, se perfuma la causa de la carnicería con un delirante "extremismo de origen interno". Es posible que los atentados sean un mal menor por comparación con una cuarta intervención catastrófica en el avispero de Oriente Medio, un siglo después de que sus fronteras arbitrarias fueran trazadas por el acuerdo Sykes-Picot. Las evasivas desentierran sobre todo los daños irreparables que el 11S infligió al orgullo nacional. Obama pretende evitar una humillación similar a cualquier precio. El precio en estos casos suele ser la verdad.

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