Diario de Mallorca

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Jose Jaume

A la espera de que Roma decida

Roma locuta. Causa finita. El adagio de la antigua Roma sigue siendo hoy la sentencia inapelable en el seno de la Iglesia católica. Cuando Roma ha sentenciado el asunto queda zanjado. Nada hay que decir. Esa palabra es la que aguarda el obispo Salinas, con él la diócesis de Mallorca. La nunciatura apostólica de la Santa Sede en Madrid (la embajada del Estado Vaticano) evacua informes a la secretaría de Estado (ministerio de asuntos exteriores del papa) con periodicidad; informes prolijos, en los que se detallan las novedades que se van conociendo sobre el lío de faldas en el que está metido hasta el tuétano su ilustrísima. Es sabido que los tiempos con los que se maneja la Iglesia católica no son de este mundo: tienden a imbricarse en la eternidad. Para la Iglesia los eones son su cuenta temporal. Por ello, los que se sorprenden de la tardanza de los poderes vaticanos en proceder contra don Javier, de acuerdo a lo establecido en el Derecho canónico, la fundamental aportación de Eugenio Pacelli, que después sería el papa Pío XII, a la estructura vertical de la Iglesia católica, han de aguardar pacientemente a que la congregación de los obispos, que es donde se dilucidará el destino del obispo, decida cuál ha de ser éste. Después será el papa Francisco, el monarca revestido de poderes absolutos, quien sancionará o rechazará. Hasta entonces, la nunciatura seguirá reportando las novedades que las innumerables fuentes de las que dispone en Mallorca, no pocas instaladas en el seno del cabildo catedralicio, le van suministrando. Los pasos de don Javier, acechados por poderes ajenos a los celestiales: mundo, demonio y carne, están siendo monitorizados, tanto aquí, en Mallorca, como en Madrid y Valencia. A su ilustrísima, el grácil aleteo de la mariposa le mantiene en vilo. En la diócesis aguardan expectantes hasta dónde es capaz de succionar el agujero negro que ha generado. La ecuaciones que se resuelven en Roma están más allá de su comprensión.

Sucede que lo acontecido genera consecuencias inesperadas: la vorágine amorosa ha dejado en el aire una ambiciosa operación inmobiliaria en la que se habían comprometido algunas de las que antes se denominaban fuerzas vivas. Se pergeñaba la venta de un convento, situado junto a las antiguas murallas, muy cerca del Parc de la Mar, perteneciente a una orden religiosa, a unas “monjitas”, para la que era imprescindible la anuencia de don Javier. Suya era la última palabra. Para que la operación se saldara con éxito, para que el convento se trasmutara en apartamentos de lujo asomados sin obstáculos a la bahía, se urdió una envolvente encaminada a engatusar al prelado. Pero hete aquí que el aleteo de la mariposa provocó tal tornado que la imprescindible discreción se torno imposible y la abrupta ruptura de relaciones dio al traste con los pingües beneficios que los intermediarios ansiosos aguardaban. En la nunciatura se conocen al detalle los pormenores de la frustrada operación inmobiliaria. Desde el cabildo se ha puesto a disposición del nuncio un completo dossier en el que constan los intervinientes así como el procedimiento de la venta. Además, se le ha hecho saber, por entrevista personal, algunos detalles considerados “escabrosos”, pero de necesario conocimiento para que la congregación de los obispos disponga de los imprescindibles elementos de juicio. El aleteo de la mariposa no deja de causar considerables perturbaciones. Mientras tanto, ¿qué hace el obispo Salinas? Cuentan que aparentemente sigue desempeñado con normalidad sus funciones episcopales, solo que sus ausencias de la diócesis son frecuentes y, cómo no, controladas: no se le pierde el rastro en ningún momento.

Preguntados los interlocutores si lo que acontece está influyendo en el gobierno de la diócesis responden tajantemente que sí, que cada vez se hace más evidente el “vacío de poder” que se ha creado, y que pese a los buenos oficios del vicario general, que desesperadamente trata de “templar gaitas”, la situación se está tornando francamente preocupante. Además, apuntan a la actuación que está hilvanando el juez eclesiástico, el clérigo que se conoce al dedillo el Derecho canónico, quien, por supuesto sin menoscabo de su independencia, tiene establecido con la nunciatura un flujo constante de información. La verticalidad en ninguna circunstancia ha de ser soslayada.

A pesar de conocer la intemporalidad del tiempo eclesial, la pregunta martillea machaconamente sobre todos y cada uno de los concernidos: en qué momento Roma decidirá, cuándo cerrará uno de los episodios más lacerantes de la diócesis de Mallorca. No hay tan siquiera atisbo de respuesta. En el cabildo consideran que de lo que se trata es de dejar “enfriar” el asunto a fin de que la jubilación anticipada de Javier Salinas no constituya un trago excesivamente amargo. Para el obispo podría estar reservado un ignoto cargo en cualquier dicasterio romano, a fin de quedar sepultado en él, a salvo de las maledicencias de las que en los romanos palacios apostólicos tan versados están. Pero es que, dicen en el cabildo, don Javier no se deja: no abre un resquicio para que la corriente de aire provoque el anhelado enfriamiento. Entonces, ¿qué hacer? Nada. Solo esperar a que quienes pueden y deben tomen la decisión y esa no será otra que la execración de su ilustrísima, porque lo que Roma tiene vedado es conculcar los preceptos que conmina a aceptar a la grey católica. Otra cosa es que la temporalidad, la laxitud, se lleven hasta extremos pocas veces vistos. Por lo que se sabe, que es muy poco, no se quiere hacer sangre ni buscar escarmientos ejemplares. Los que así opinan aducen que no nos hallamos ante un caso de flagrante pederastia, el calvario que la Iglesia todavía no ha culminado. Tampoco ante coacciones intolerables sino, simplemente, ante que en el obispado aleteó una mariposa desencadenando eso sí un cataclismo insospechado, porque quien debería haber guardado silencio, hecho blasón de la discreción, optó por lo contrario: rompió la baraja. Y hasta se permite cuestionar, invocando el Derecho canónico, la potestad del obispo, recientemente otorgada por el papa Francisco, de arbitrar los casos de nulidad matrimonial. Al menos el suyo en el que le considera juez y parte. “Así no hay forma”, lamentan en el cabildo aguardando el nuevo capítulo de una historia que ha reducido a un mal tebeo la etapa del obispo Murgui, el pusilánime.

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