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José Francisco Conrado de Villalonga

El indeciso asno de Buridan

Nuevas elecciones, mismos candidatos e idénticos partidos, nada nuevo en el panorama político, salvo el reñido, polémico y temido sorpasso de Podemos. No es raro que la ciudadanía esté desmotivada y hastiada por el uso y abuso que se está haciendo de la indulgencia del personal. La gente desearía un gobierno de mínimos, que no interfiera la vida ciudadana y que no malgaste su dinero, que las administraciones no fueran un impedimento para su desarrollo personal, profesional o empresarial. La vida, sin gobierno, transcurre en aceptable armonía, solo alterada por los escándalos que la clase política regala a los electores.

Ante el proceso del 26 de junio se observan varias actitudes, unos lo tienen claro, siempre claro, saben a quién han votado y a quien seguirán votando, son fieles, aunque cumplan o incumplan programas, promesas? Su voto va a su partido sea de derechas, de izquierdas, nacionalista, soberanista. Siguen el impulso de sus vísceras, más que al discernimiento o a su interés; otros, los más perspicaces, dúctiles, son capaces de cambiar el voto según lo que consideran más conveniente, en cada momento, para ellos y para el país, y por ultimo están los vacilantes, los irresolutos y los indecisos. Y a estos va dedicado el relato de asno de Buridan.

La última encuesta sobre intención de voto del Centro de Investigaciones Sociológicas indica que entre el 30 y 40% de la población no sabe a quién votar, no sabe a quién elegir, para estos indecisos todos los partidos están llenos de problemas y no ven en ellos diferencias. Seguramente han llegado a esta situación después de un concienzudo y minucioso análisis del enredo político, están instalados en un hondo escepticismo, o mejor, en un prejuicio sapiente. Piensan que voten a quien voten se sentirán burlados, que se incumplirán punto por punto todas las promesas y dan por seguro, eso sí, que les seguirán metiendo mano en la cartera. Están, estos reticentes ciudadanos, viviendo inmersos en un sopor intelectual, impecablemente racional, que les arroja a un estado de indecisión. Esta es la desdicha que acecha a los vacilantes, sin ser conscientes que el voto, al que tienen derecho, es su única parcela política de poder, todo lo otro que les proporciona el sistema son obligaciones y cargas muchas veces difíciles de soportar.

Jean Buridan (1300-1358), teólogo francés nacido en Bethune, Pas de Calais, fue el gran valedor del libre albedrío en tiempos no propicios para ello, y defensor de la utilidad de ponderar cualquier decisión. Buridian además de filosofo era algo pendenciero, dice la leyenda que enamorado de una bella mujer luchó por ella con Pierre Roger de Beaufort y durante la pelea le propinó tal golpe que le fracturó el cráneo. Este porrazo sirvió a Beaufort para, una vez restablecido, agudizar su inteligencia, tanto que llegó a ser coronado Papa, Clemente VI. También cuenta la leyenda que el bueno de Buridan fue arrojado al río Sena por orden de Margarite de Borgoña donde murió ahogado. Margarite de Borgoña era esposa de Luis X y decidió acabar con Jean para evitar las represalias que iba a tomar el rey por los cuernos con los que ella y él le habían adornado.

La posición ideológica sobre el libre albedrio y la conveniencia de ponderar de las decisiones de este destacado escolástico, fue atacada desde varios y severos frentes. Para desairarle y zaherir sus reflexiones, contaban el caso de un asno que al regresar al establo después de haber trabajado durante el día y estando hambriento y sediento, se encontró con un cubo lleno de agua y un barreño colmado de avena. Entonces el pobre burro se puso a pensar y ponderar si le convenía más beber y luego comer o primero comer y luego beber, así pues ni comía ni bebía porque no sabía que opción tomar, no era capaz de elegir. Al cabo del tiempo murió de hambre y de sed y así terminó su irresolución. Resulta paradójico que teniendo opciones diferentes para tomar una elección se acabe estancado en la indecisión.

A veces entre varias alternativas preferimos la peor, la no elección, el ejemplo del asno es el paradigma de la desconfianza, del escepticismo y de la vacilación. Ponderar en exceso puede conducir a optar por lo más inconveniente, no votar. Si el problema consiste en que se tienen múltiples razones intelectuales para no elegir, lo aconsejable sería dejarse llevar hacia una posición voluntarista, pero útil. Como epitome y siguiendo la paradoja del asno de Buridan, nos podríamos preguntar: ¿para qué elegir?, ¿sirve de algo votar? Creo que sí. Hay algo cierto, en el mundo occidental votan regularmente millones de personas y, a pesar de todos los inconvenientes que presenta el sistema democrático, eso, el votar, el elegir, el decidir, es el triunfo de la cultura de la participación.

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