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Antonio Papell

El populismo, sin asideros

Carlos Sánchez se refería recientemente al "error Rajoy", ontológicamente comparable al "error Berenguer" que denunció Ortega y que consistía en pensar, seis meses antes del advenimiento de la República, que la gente olvidaría fácilmente la dictadura de Primo de Rivera, y en no ver a tiempo "la reacción indignada de España". En nuestro caso, Sánchez piensa que el error consiste en no haber visto el PP que la ciudadanía no perdonará fácilmente lo ocurrido desde 2008, las tremendas apreturas a que los ciudadanos hemos sido sometidos mientras un puñado de desaprensivos hacía su agosto a costa del erario público. Según este desarrollo argumental, Rajoy es el principal estímulo para los votantes de Podemos ya que Iglesias y los suyos han acertado a presentar el 26J como un plebiscito sobre el presidente en funciones. De tal modo que el programa de Podemos es irrelevante: lo importante es ajustar cuentas con el pasado. "Lo importante para millones de personas escribe Sánchez es que Mariano Rajoy se vaya. Incluso, poniendo al frente del Gobierno a un iluminado como 'el pequeño Robespierre' (Iglesias)".

Si se acepta esta opinión, el debate del lunes debió ser un paso más en la estrategia de Podemos para imponer la "nueva política", que como también se vio no contará con el apoyo del PSOE, lo que puede hacer que ese 'cambio', que algunos conciben como un cambio de régimen, no acabará de llegar. Iglesias mantiene un discurso poco creíble por inviable, sus postulados económicos no caben en Eurozona, y hay declaraciones de conmovedora ingenuidad que ni sus propios seguidores toman al pie de la letra? De hecho, en este debate complejo sin vencedores ni vencidos, quedó de manifiesto que el surgimiento de Podemos ha generado una fractura de la representación en dos elementos incomunicados entre sí: podrán sobreponerse pero difícilmente conciliarse: por una parte, PP, PSOE y Ciudadanos mantienen sus discursos de siempre, vinculados a sus programas, pero Podemos juega manifiestamente a otra cosa: su oposición a lo que hay es estructural, e Iglesias parece tener la intuición de que esa muchedumbre que le apoya tanto si se presenta a cara descubierta como si se alía con Anguita, con IU o con el diablo, lo que quiere no es que aplique un ideario concreto sino que libere al país de los antiguos gestores, de las viejas maneras, de la corrupción antigua.

En este marco, el socialista Sánchez, dolido por el comportamiento de Iglesias en su investidura declinó apoyarle después de amagar el acuerdo para la abstención y por la reciente usurpación del término "socialdemocracia" en una peligrosa ceremonia de confusión, se jugaba mucho en este envite, y por ello se ha empleado a fondo y se ha ocupado de desacreditar al líder populista, sin aclarar sin embargo si está en sus planes un pacto con Podemos, ya que la opción alternativa es la 'gran coalición'.

Rivera, muy bien preparado, ha desmontado también gran parte de la estrategia de Iglesias en materia de financiación de partidos y de corrupción Izquierda Unida, socia de Podemos (que alardea de no pedir créditos), debe 11 millones de euros a los bancos y Podemos vive de las fundaciones del chavismo, según el líder de Ciudadanos. Sánchez, Rivera e Iglesias han confrontado lógicamente con Rajoy, pero éste, bien preparado esta vez, ha conseguido salir en casi todos los casos del rincón, auxiliado por los rifirrafes que le eran ajenos.

No ha habido, en fin, novedad bajo el sol, pero cada vez está más claro que el populismo no encuentra arrimo ni complicidad ni asideros. Y su envergadura, aunque impresionante, no alcanza por ahora a convertirle en opción de poder.

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