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Antonio Papell

El programa 'socialdemócrata' de Podemos

El programa de Podemos, editado en un ingenioso formato que rompe las rutinas más ingratas de la literatura política, es una obra intelectual apreciable, como corresponde a un grupo de profesores de ciencia política cargados de curiosidad y de imaginación y un tanto embriagados con sus propias lecturas. En el catálogo hay guiños al No Logo de Naomi Klein el gran alegato contra la cultura del consumo, a Gramsci y sus inefables teorías sobre el hegemonismo, etc. Sin embargo, no asoma un programa maduro de gobierno bajo el caparazón de los tics y los tópicos habituales de la izquierda voluntarista, teñida todavía de utopía, que no tiene claros todavía los límites entre la soberanía nacional y la que voluntariamente hemos depositado en manos de las instituciones europeas.

En síntesis, el programa, que no es del todo coherente por cierto con los "cincuenta pasos para gobernar juntos" que la organización de Iglesias firmó con Izquierda Unida, formula una propuesta claramente expansiva, con un incremento del gasto público de 60.000 millones de euros en el cuatrienio, 30.000 menos que en el primer programa, anterior al 20D, pero todavía incompatible con una pacífica pertenencia europea. Y el equilibrio se busca mediante una relativización del déficit se quiere aplazar todavía más la convergencia, lo que daría lugar a un incremento de la deuda y a una reforma fiscal que, por supuesto, pretende incrementar la tarifa del IRPF de los más ricos e incrementar la lucha contra el fraude. Algunos expertos ya han advertido de que estas dos reiterativas propuestas, plausibles para cualquier ciudadano cabal, tienen una eficacia muy limitada, y desde luego no son capaces por sí solas de sustentar un cambio radical del modelo. También se incrementaría el impuesto de sociedades (un punto del PIB en la legislatura) y se reduciría ligeramente el IVA.

Este modelo expansivo, que Iglesias ha calificado frívolamente de keynesiano (Keynes sabía de economía, por cierto), se basa en la propuesta clásica de fomentar de modo sistemático la inversión pública con cargo al déficit, no como una política ocasional de carácter anticíclico sino como una práctica común, dirigida a lograr mayores tasas teóricas de prosperidad. De hecho, Podemos ofrece un desempleo del 11% al final de la legislatura y unas tasas de crecimiento que como mínimo sería el 1% superiores a las que prevé el consenso económico. Increíble, sencillamente.

En definitiva, Podemos apuesta por fórmulas tercermundistas que se ensayaron tiempo ha en Latinoamérica, y que provocaron colosales crisis de deuda que empobrecieron a la región y la sumieron en una miseria que todavía no ha desaparecido completamente. La socialdemocracia europea, en cambio, no se siente abrumada por los tratados que imponen disciplina presupuestaria. De hecho, la socialdemocracia se caracteriza y seguimos en esto a Ramón Vargas Machuca, recién citado muy oportunamente por Unzueta por conciliar voluntad redistributiva y lealtad institucional, por considerar al Estado de derecho un marco irrebasable para sus aspiraciones de justicia social, por hacer de los principios y procedimientos de la democracia constitucional un criterio de legitimidad. Para Podemos, en cambio, el marco europeo es un incomodo corsé.

Hay que reconocer sin embargo que Podemos ha hecho un esfuerzo de moderación, encaminado a adquirir una apariencia centrista y a no ahuyentar a los potenciales votantes que no están dispuestos a correr riesgos. Sin embargo, en tanto que en las democracias asentadas en nuestro entorno los partidos plantean siempre programas reformistas, la propuesta de Podemos tiene un inocultable sesgo radical y rupturista, que no aspira a mejorar el sistema sino a cambiarlo por otro distinto. Y ahí sí que habría que decir aquello de Eugenio d'Ors: los experimentos, con gaseosa.

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