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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

El sudor frío

La realidad no es líquida, es viscosa. Si fuera líquida, fluiría, pero observen, por ejemplo, el tráfico en las ciudades y tomen nota del estreñimiento de la campaña electoral. Nuestras vidas empiezan a tener la viscosidad del aceite. Los filósofos de la "modernidad líquida" deberían revisar sus ideas, no ya por la pérdida evidente de liquidez, que afecta incluso a Tita Cervera, sino por la ausencia general de modernidad en la vida moderna. O contemporánea. Siempre ha habido tensión entre lo contemporáneo y lo moderno. Lo más moderno que tenemos ahora mismo es la exposición de El Bosco en el Museo del Prado. Lo digo por poner un ejemplo claro como el agua. Por cierto, que las temáticas de Hieronymus son más bien viscosas, como el semen del diablo (y el nuestro). No hemos escuchado a los biólogos hablar del semen líquido, aunque sí de un semen menos rico en espermatozoides.

¿Hubo un tiempo en el que la modernidad (o la contemporaneidad, si lo prefieren) fue sólida? Quizá en la foto fija sí. Cada uno, al repasar su vida, puede hallar momentos macizos, seguros, arraigados. Pero si observa la película entera, y no el fotograma fuera de contexto, comprobará que la realidad ha sido casi siempre viscosa, no viscosa como el mercurio, que brilla y no pringa, sino como la melaza, que lo deja todo perdido. La realidad siempre estuvo desaseada, por lo menos a partir de la fundación de la Historia. La Prehistoria era otra cosa. En la Prehistoria lo moderno y lo contemporáneo estaban dotados de una sincronía especial por inconsciente. El neandertal era líquido, en el sentido de puro y cristalino. El sapiens, turbio. Ganaron las batallas los turbios, de ahí la viscosidad en la que chapoteamos.

Ahora se emplea también el término volátil para describir un mundo en el que nada dura. De nuevo se equivocan. Lo viscosidad es incompatible con la volatilidad. Estamos en campaña electoral desde diciembre del año pasado. Una campaña gaseosa no puede durar tanto. Dura porque se desliza con la pereza con la que la leche condensada cae del bote a la taza. Así de lenta, así de atroz y perezosa, pero menos dulce, aunque muy indigesta. El mundo no es volátil ni líquido, ya nos gustaría, es espeso como el sudor frío de las pesadillas.

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