Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

El Brexit y nosotros

Es una grave paradoja que el futuro de la Unión Europea, formada por veintiocho países estrechamente vinculados por una serie de tratados que han ido fortaleciendo el conjunto desde mediados del siglo pasado, quede al albur de una frívola consulta que va a celebrarse este mismo mes en uno de los estados fundamentales del club. Un referéndum convocado por un gobernante conservador mediocre que, ante la evidencia de que su partido estaba dividido por la pertenencia europea del Reino Unido, decidió cabalgar sobre la ruptura. Infortunadamente, este acto de democracia directa, que se presta a intoxicaciones populistas, no compendiará un gran debate nacional sobre el asunto sino que se producirá tras una desordenada discusión en que los elementos clave son las antipatías/simpatías que genera este gobierno, las consecuencias sociales de la presión migratoria en este final de crisis, las oportunidades que vea la oposición de fortalecerse a costa del gobierno, etc. Como decía el mes pasado un editorial de The Economist citado por Guillermo de la Dehesa, "plantear asuntos políticos importantes directamente a los votantes no sólo no es siempre más democrático, sino que suele tener peores resultados que los esperados". Y añade de la Dehesa unos datos reveladores para que sepamos qué terreno pisamos: "según Ipsos-MORI, el 58% de los italianos y el 55% de los franceses también quieren un referéndum sobre su pertenencia a la UE".

Una consulta como la británica, que no ha de sujetarse a límites constitucionales (como es conocido, el Reino Unido no tiene Constitución escrita) sólo es legítimo si se convoca para resolver un empate parlamentario subsiguiente a un gran debate en el que se planteen con exhaustividad los argumentos de ambas partes. La democracia parlamentaria es más perfecta, tanto en la teoría como en la práctica, que la asamblearia, y no es decente políticamente recurrir a un costoso e incierto plebiscito para buscar un refrendo personal, como es el caso. Los británicos tienen, qué duda cabe, un criterio determinado sobre lo que van a dirimir el día 23, pero si la consulta se produjera después de una pugna ideológica que pusiera sobre la mesa todos los elementos, quizá su decisión sería distinta (de la Dehesa explica que los rupturistas creen y argüyen que la balanza comercial de UK con la UE es favorable a la UE cuando la verdad es que Londres vende a la UE el 12,1% del PIB y la UE vende a Londres el 3,1% del PIB). O sería la misma pero con mayor legitimidad y fundamento. En todo caso, no es difícil de ver que Cameron está acabado: está poniendo en riesgo valores muy trascendentes y su irresponsabilidad no le saldrá gratis.

Europa asiste al espectáculo con el corazón compungido, consciente de que el referéndum sobre el Brexit trunca un camino de solidaridad cargado de dificultades pero cargado de porvenir. De entrada, en las negociaciones previas exigidas por Cameron para cargarse de razones lo dijo él mismo para permanecer en Europa, el Reino Unido ha renunciado al objetivo de "avanzar hacia una unión cada vez más estrecha" que figura en los Tratados. O sea que incluso en el caso en que triunfase la continuidad lo que sería un verdadero milagro en una Europa en que todos los referéndums introspectivos han arrojado resultados negativos, la Unión saldría dañada. El Reino Unido ya no será más un socio díscolo pero leal que aporta otra visión de la integración sino una rémora que provocará desconfianza y cuyas verdaderas intenciones serán siempre dudosas. Cameron y sus tories han asestado un golpe mortal a la unidad europea, y quizá convenga recordar lo que ha ocurrido cuando esta unidad se ha roto en el pasado.

Compartir el artículo

stats