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De la indignación al desaliento

Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo decía un personaje de Pessoa, pero asumirlo exige de una indiferencia que por lo general nos huye y, en tal caso, asistir como espectadores al lamentable espectáculo que brindan muchas veces las noticias, intentando que prime el optimismo de la voluntad para que tanta decepción no termine por coagular la esperanza, puede llevarnos a la cama hechos unos zorros.

No es mi intención hacer un listado, pero bastará con cuatro apuntes sobre naderías que habremos de pagar, ineptitudes, ambiciones desaforadas, contrasentidos y desvergüenzas, para sintonizar con la mayoría de ustedes. Las corruptelas trufan aquí a la policía local y, en Madrid o Valencia, el latrocinio parece haber sido el eje de la política, aunque el sobreseimiento pueda ser el broche (por mor de una justicia atascada, sesgada y patrimonializada) de esa ejemplaridad que empieza y termina en el mismo discurso. ¿Recuerdan lo sucedido con el túnel de Sóller? Pues está a punto de ocurrir lo mismo con el Palma Arena o Son Espases. Y Matas en la gloria mientras, sabido esto y por los mismos días, se hacía énfasis en que el ex marido de la señora Nájera tenía cuenta en un paraíso fiscal con la firma de sus hijos, tan ajenos al manejo, dada su edad por entonces, como la madre, ya separada. Ha sido volver a los tiempos del señor Delgado y sus falsas acusaciones, vamos, como se demostró. Pero la sospecha, siquiera insinuada, vende y, en paralelo, relega a un segundo plano la auténtica sordidez que nos rodea.

En parecida línea, las polémicas sobre nimiedades restan tiempo y nublan la perspectiva sobre cuestiones de mayor enjundia. Porque ya me contarán cómo se entiende que, según están las cosas en áreas de capital importancia para la ciudadanía, se ocupen las neuronas muchas o menos en litigar sobre Sa Feixina, autorizar o prohibir las banderas esteladas en un partido de fútbol o cambiar el nombre de Palma de Mallorca por Palma a secas. Y pasaré de puntillas sobre la Facultad de Medicina por no abundar en lo que cuestiono, aunque no pueda por menos que, dejando Mallorca atrás, mencionar lo ocurrido con un niño afgano, Osmán, afecto de parálisis cerebral y traído desde el campo de refugiados en Turquía para ser tratado en el Hospital de la Fe, Valencia, por una docena de especialistas y para una imposible recuperación mientras muchos millares, de su misma edad o menores, siguen muriendo, ahogados o de hambre, sin perrito que les ladre. Y es que no existen porque son ajenos al espectáculo a diferencia del irreversible Osmán o aquel pequeño ahogado sobre la arena cuya imagen dio la vuelta al mundo. No se trata tanto de soluciones como de apariencias y, cuanto más sensiblera la representación, mayor el tampón para acallar el descontento.

Siguen la demagogia y los poderes fácticos, desde los hoteleros al señor Rodríguez en el PP insular, campando a sus anchas, lo que permite suponer que aquella banalización del mal de que hablaba Arendt no ha terminado, y la provocación que conllevan ciertos comportamientos aumenta nuestra tolerancia tras admitir que la decepción, junto a la precariedad, son características ineludibles de unos tiempos en que ya nadie advierte estoy pensando en los bancos, el coste de las nuevas elecciones o, si me apuran, en el probable impuesto sobre el azúcar que esto es un atraco.

El reiterado ultraje a unas convicciones que se baten en retirada no conoce fronteras, así que veamos algo más allá de las nuestras. Obama viajó a Hiroshima el pasado 27 de mayo con ocasión de la cumbre del G7. Es el primer presidente en EE UU que ha visitado la ciudad bombardeada en agosto de 1945, pero no ha pedido perdón y, de seguir su tónica, ¿por qué habrían de hacerlo un día los yihadistas o sus descendientes? El caso es que, cuando las críticas a ciertos comportamientos se generalizan, los afectados suelen, indefectiblemente, atribuir los desacuerdos a oscuras conspiraciones. Ahí tienen al venezolano Maduro, derrotado en las urnas y con el país en bancarrota, declarando el estado de excepción para seguir en la silla y, más al sur, la brasileña Roussef asegura ser víctima de un golpe de Estado. Los contubernios siempre presentes cuando peligra el momio, aunque de ser nuestros bolsillos los esquilmados, las reticencias serán sin duda producto de la desinformación y falta de solidaridad.

Frente a semejante panorama, ni indignación ni autocompasión: primera condición para alcanzar la felicidad como apuntaba la Sontag. Y si tampoco cabe refugiarse en la displicencia y el desaliento no es solución, sólo queda convencerse de que habrá que hacer un definitivo hueco al crónico descontento. Y a verlas venir, aunque no mejore el ánimo seguir escuchando engañifas al estilo de los anuncios sobre Activia, Danacol o pelo Pantene. Y mientras muchas Compañías de seguros privados se niegan a subvencionar la quimioterapia por vía oral, de demostrada eficacia, leemos que Kovacs se ha instalado, junto a sus cuestionadas grapas, en el madrileño hospital de La Moncloa. Por algo dicen algunos que ancha es Castilla. Porque cabe cualquier cosa.

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