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Antonio Papell

Dentro / fuera del sistema

La resolución de la gran crisis económica dentro del marco de la Unión Europea ha extendido la inquietante sensación de que todas las opciones ideológicas convencionales son semejantes, si no prácticamente idénticas. En efecto, si se limita la observación al ámbito español, el socialdemócrata Rodríguez Zapatero llevó a cabo en mayo de 2010 un gran ajuste de 15.000 millones de euros, impuesto por Bruselas a instancias de los países centrales del Eurogrupo con Alemania al frente; Zapatero y el liberal Rajoy firmaron juntos la reforma constitucional del artículo 135 de la Constitución en agosto de 2011 para garantizar el pago de la deuda por encima de cualquier otro compromiso interno o externo, y Rajoy prosiguió con los recortes a partir de su llegada a la Moncloa a finales de aquel año.

En el territorio de la eurozona, las recetas basadas en la austeridad han sido universales, y para muestra un botón: Syriza, que había abierto brecha en la ortodoxia de la austeridad, no tuvo más remedio que adaptarse a los mandatos de Bruselas, ya que la opción alternativa era la salida de Grecia de la moneda única y de la UE. Tsipras no tuvo más remedio que apearse de sus utopías para evitar que el país helénico se convirtiera en une estado definitivamente excéntrico, como el Líbano o Túnez.

En suma, la antigua nivelación ideológica entre socialdemócratas y liberales de la que ya hablaba Aranguren en los tiempos de la transición española se acentuó en Occidente durante la última década hasta el extremo de ocultar incluso los matices a veces, de modo que el centro-derecha y el centro-izquierda fueron indistinguibles para las generaciones emergentes que veían con estupor cómo sus progenitores abdicaban de sus propios principios, renunciaban a sus valores y se sometían al dictado de la superioridad europea.

No es, pues, extraño que ante aquella homogeneización interna, a la baja, del sistema establecido, que mostraba en el fondo la incompetencia del propio establishment para afrontar las crisis y para evitar los terribles efectos sobre la ciudadanía de aquellas convulsiones, el sector más joven y dinámico de la sociedad decidiera emanciparse, mostrar su radical disconformidad con lo pautado y buscar sus propias vías de futuro.

Aquellos disidentes, que son los del 15M y que han terminado confluyendo en Podemos, no tienen lazos propios con los antecedentes democráticos del sistema ellos no hicieron la transición, obviamente, y realizan sus propios juicios históricos partiendo de las distintas fuentes, ni acarrean los prejuicios de las generaciones que les preceden, ni se sienten vinculados a unas generaciones que no han sabido proporcionarles un acomodo digno. Por primera vez en mucho tiempo, las expectativas de los jóvenes de hoy les anuncian un devenir menos boyante que el de sus propios padres. Esta evidencia ayuda a entender por qué en Francia, en estos momentos, los veinteañeros estén luchando encarnizadamente contra la una reforma laboral que trata de eliminar los privilegios de los instalados, en teórico beneficio de quienes llegan en último lugar al mercado de trabajo: ellos no aceptan este planteamiento puesto que quieren disfrutar del statu quo de que gozaron, al menos en teoría, las generaciones precedentes.

De todo lo anterior se infiere que la partida de ajedrez del 26J no se juega en un solo tablero. En cierto modo, los nuevos partidos guardan la ilusión de moverse en un tablero diferente, e incluso con unas reglas distintas, para tratar de superar las ineficiencias del juego tradicional. Hay un debate dentro del sistema y otro fuera, y la normalidad no regresará hasta que se restablezcan los consensos funcionales del gran contrato social.

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