El cambio por si solo no aclara gran cosa en estos momentos de incertidumbre algo pasota. En la doctrina Sánchez, el cambio significa simplemente que no gobierne Rajoy o el PP. De producirse esta circunstancia, efectivamente estaríamos asistiendo a una mudanza, el problema consiste en saber a dónde nos lleva: si a Sánchez, si a Iglesias, si al compromiso de ambos de apoyarse valiéndose de otras fuerzas que nadie ignora. No sé, el cambio en España no lo vislumbro en esta ocasión como un sinónimo de progreso. Y tampoco quiero decir con ello que el progreso se encuentre del otro lado, es decir sin que nada cambie.
El juego democrático se sustenta en las alternancias y en los cambios. Pero no se trata en ninguno de los dos casos de palabras mágicas que por su simple enunciado vengan a resolver los problemas. En Grecia, vuelvo al ejemplo más cercano y no tengo ningún inconveniente en reiterarme, se produjo un cambio y ahí tienen lo que está sucediendo. En Austria los votantes estuvieron en un tris de darle la vuelta a la tortilla, más cambio todavía, y propiciar la llegada al gobierno de la ultraderecha. Tsipras no es la ultraderecha, claro, y tampoco sabemos lo que ésta podría llegar a urdir desde el poder. Mete miedo. Pero, al igual que la ideología ultra espanta, la situación griega causa pavor y se origina a partir de los mismos planteamientos que defiende Podemos. Sánchez, refiriéndose al PP, ha matizado que sólo excluye de su veto a las fuerzas del cambio. Pero, al mismo tiempo, les pide a los populares que no se escuden en el número de votos y que permitan gobernar a quienes les aplican desde el primer momento el llamado cordón sanitario. Lo peor del tetrapartidismo es haber contribuido a fomentar el frentismo aún más. El bloqueo frente al diálogo.