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Joaquín Rábago

La nueva Europa real

En su nueva película ¿Qué invadimos ahora? un alegato contra el intervencionismo militar de su país, el estadounidense, Michael Moore presenta una Europa idealizada hasta la caricatura. Un continente feliz donde los trabajadores tienen horarios compatibles con la vida familiar y sexual, varias semanas de vacaciones pagadas al año, los niños disfrutan de una dieta equilibrada en la escuela, los criminales comunes viven en la cárcel casi como en un hotel y hay banqueros que, gracias a la acción decidida de las mujeres, acaban entre rejas.

Como contraste con el egoísmo que caracteriza a la sociedad estadounidense, con la brutalidad y racismo de su sistema penitenciario o sus déficits en materia de seguridad social, como llamada de atención a sus compatriotas sobre cómo EE UU ha acabado desviándose de sus ideales fundacionales, la película cumple sin duda su objetivo. Pero cualquier parecido entre la Europa que Moore nos presenta en su hilarante documental y la que vivimos todos los días es, como se dice en el cine, pura coincidencia.

Si nuestro continente fuera tal y como lo pinta aquél, no tendríamos unos países en los que, como ocurre en Francia, en Hungría, en Austria y tantos otros, incluidos los de mayor tradición democrática, la extrema derecha y el autoritarismo vuelven a gozar de buena salud. Una Europa en la que, al igual que en Estados Unidos y otros lugares, el foso entre ricos y pobres no deja de crecer año tras año, en el que aumentan el paro, la precariedad laboral y la pobreza.

Unos países donde la crisis financiera ha provocado un sinfín de bancarrotas familiares y de empresas sin que los responsables directos o indirectos de ese desastre hayan tenido que responder en algún momento ante la justicia. Una Europa que pisotea diariamente los que se dice que fueron un día sus valores, cada vez más insolidaria no sólo ya con quienes llegan de lejos, huyendo de la miseria y de las guerras, sino con sus propios conciudadanos.

Un continente donde, al ser cada vez más difícil distinguir entre los programas de los partidos tradicionales por responder éstos casi exclusivamente a las elites económicas transnacionales, pueden medrar la demagogia y el populismo nacionalista. Una Europa que, con el triunfo del neoliberalismo tras la caída del muro de Berlín y la consecuente claudicación de la socialdemocracia, se parece también en cada vez más aspectos a esos Estados Unidos que no deja nunca de criticar ese cineasta.

La nueva Europa no es la que tanto idealiza Moore sino la que parecen prefigurar el Frente Nacional de Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán, el suizo Christopher Blocher, el holandés Geert Wilders o el austriaco Norbert Hofer, la del UKIP británico, la Lega Nord italiana, la Alternative für Deutschland alemana, el PiS (Ley y Justicia) polaco o los demócratas suecos. Una Europa de los Estados que se define cristiana y aborrece el islam, que defiende a la familia tradicional y siente una gran aversión hacia el feminismo y la ecología, que preconiza la vuelta a un Estado fuerte que se encargue de defender bien las fronteras y castigar como Dios manda a los delincuentes.

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