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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Cuatro horas antes del crimen

A las diez de la mañana del domingo, Lucía Patrascu, de 47 años y nacionalidad rumana, fue asesinada por su exmarido de cinco puñaladas en el balcón de su domicilio en el Port de Pollença. El hombre, Ioan Ciotau, de 58 años, asegura que no se arrepiente, que la mató porque ella quería el divorcio. Buscó público, pues cometió su horrendo crimen a sabiendas de que el hijo veinteañero dormía en la habitación de al lado, y delante de un grupo de personas que se congregó ante el edificio del que salían los gritos de la víctima. Cuentan que incluso alguien pudo grabar los hechos, cosa que sin duda hará feliz al verdugo, que luego se sentó tranquilamente en el portal a esperar a la policía mientras los sanitarios corrían escaleras arriba para prestar una ayuda que resultó infructuosa. Pero mucho más inquietante resulta saber que cuatro horas antes de ser atacada salvajemente, Lucía se presentó en las dependencias de la Guardia Civil para pedir ayuda y salió de allí sin presentar una denuncia. El cuerpo está investigando qué pudo ocurrir para que una mujer que temía por su integridad hasta el punto de acudir a las seis de la mañana al cuartel se marchara tan desprotegida como entró. O tal vez más, pues si su agresor supo de sus intenciones pudo decidirse a actuar de inmediato. ¿Tal vez la tranquilizaron? ¿Le dijeron que se lo pensara? ¿Le soltaron el famoso 'vuelva usted mañana', que se acaba la guardia o diríjase a los servicios sociales? ¿No supieron convencerla del peligro? El mero hecho de haber firmado un papel hubiera supuesto el arresto del maltratador, y Lucía seguiría viva. Sin embargo, superó su miedo, se fue a casa y se reunió con al asesino para recoger sus pertenencias. A solas con él. Nunca se habrá estado más cerca de detectar a una potencial víctima y nunca se habrá fracasado de forma más clamorosa.

La tercera mujer muerta en Mallorca en lo que va de año. ¿Hay alguien ahí? El Govern paritario de Francina Armengol tiene que pedir explicaciones por este crimen a la delegación del Gobierno. Debe decirnos también cuánto nuevo presupuesto ha destinado a combatir la lacra social de la violencia machista, si ya contamos con más profesionales dedicados a detectar los casos de maltrato y combatirlos, qué ayudas tienen las mujeres para huir de sus infiernos domésticos, cuántos centros de atención al colectivo femenino se han abierto en esta legislatura, cómo se van mejorando los protocolos de atención. Porque los minutos de silencio no sirven para nada. Tampoco las buenas intenciones. Hacen falta palabras, gritos, insultos contra los comportamientos agresivos hacia las mujeres, refugios físicos y muchísimo dinero para articular medidas prácticas para cuidar a las que están riesgo. Es necesario un plan como se hizo con el terrorismo, con el otro terrorismo, quiero decir. Y se impone enfriar relaciones con quienes de algún modo disculpan la violencia machista, los que se ríen de las acciones en pro de la igualdad. Estoy esperando al candidato del 26J que proponga congelar la financiación a la iglesia católica hasta que sus prebostes dejen de menospreciar a las mujeres. El último, el cardenal valenciano Antonio Cañizares, que el mismo domingo en que Lucía era asesinada llamaba a la insumisión contra las leyes derivadas de la ideología de género. Monseñor ya tiene su primer insumiso en Ioan Cioatu, que se las ha saltado todas.

No creo que lleguemos a conocer de verdad qué ocurrió cuatro horas en el cuartel de la Guardia Civil antes de que Lucía recibiese cinco puñaladas mortales en su balcón. Se abrirá un expediente y se cerrará. Y llegará diciembre y contaremos por docenas las mujeres muertas. La amenaza machista no se toma en serio, y a sus víctimas tampoco.

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