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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Cita en Samarra

La final de la Champions se retransmitía a todo el mundo y hubiera sido la oportunidad ideal para rendir un homenaje a los hinchas del Madrid asesinados por los yihadistas en Irak

Como muchos ingenuos, yo también esperaba un homenaje en la Final de la Champions a los hinchas iraquíes del Real Madrid asesinados hace dos semanas. Como es bien sabido, en la localidad de Balad, hace quince días, un grupo de pistoleros del ISIS (o del DAESH, da igual el nombre que pongamos) asesinó a tiros a 16 socios de una peña madridista. ¿El motivo? Que el fútbol es una abominable práctica occidental. Que el fútbol es cosa de pecadores e idólatras. En su momento, en recuerdo de esos hinchas asesinados por los yihadistas, se guardó un minuto de silencio en el partido del Real Madrid con el Deportivo de la Coruña. También se emitió un comunicado de condolencia y creo que se hizo algo más. Pero el comunicado parecía redactado por un robot (no es imposible que así fuera) y todos esos homenajes tuvieron un aire demasiado rutinario, como si fuese una obligación más bien molesta y tediosa. Por eso yo esperaba un gesto en la misma final, algo que fuera más sincero, más emotivo, más digno de recuerdo. Al fin y al cabo, si se pueden celebrar esas finales y los jugadores cobran lo que cobran, es porque hay miles y miles de peñas esparcidas por el mundo, donde los aficionados se reúnen a ver los partidos y a charlar y a jugar al dominó y a exponer sus estrategias, tan fantasiosas e infalibles „al menos hasta que se demuestre lo contrario„ como las de los entrenadores y los periodistas. Y en cualquier lugar del mundo „basta ver los noticiarios„ siempre aparece una camiseta del Barça o del Madrid entre una multitud de niños que juegan en la calle, o que huyen de un bombardeo, o que esperan en un mercado a que llegue la hora de volver a casa. Recuerdo a un niño muerto en Siria durante un bombardeo al que su padre llevaba en brazos por la calle. El niño llevaba una camiseta del Barça. Y mucho más grana que azul, claro.

Además, el partido del sábado se retransmitía a todo el mundo y hubiera sido la oportunidad ideal para rendir un homenaje a esos hinchas asesinados por los yihadistas. Y de paso, habría servido para hacerles ver a los zopencos del ISIS (llamarlos otra cosa es inútil) que tienen a millones de personas en su contra y que esos millones de personas no les tienen ningún miedo. Y por si fuera poco, ese homenaje también serviría para demostrar que las víctimas de los atentados yihadistas nos importan igual tanto si son europeas como si no lo son y viven muy lejos de aquí, algo de lo que nos olvidamos a menudo. Y hubiera bastado, ya digo, una referencia, un saludo, cualquier cosa que sonase sincera y que estuviera pensada con un mínimo de dignidad y buen gusto. Pero en la final no hubo nada, o al menos yo no lo vi. Y eso que a la misma hora, justo cuando terminaba la prórroga, otros pistoleros del ISIS entraron en otra peña madridista en Irak, esta vez en Baquba, y mataron a doce espectadores que estaban viendo el partido. En total, en quince días, hubo 28 aficionados madridistas muertos en Irak. Se dice pronto, 28.

¿No se merecían algo más por parte del club? Y lo mismo digo si hubieran sido aficionados de cualquier otro equipo. ¿No se podría haber hecho algo más por ellos? Es posible que la FIFA lo considerase „si alguien hubiera propuesto ese homenaje„ una fea intromisión de la política en un acontecimiento deportivo. O peor aún, que se hubiera desechado el homenaje para no "provocar" al ISIS y para evitar en lo posible cualquier atentado en la próxima Copa de Europa de selecciones. Puede ser. Vivimos tiempos de cobardía generalizada que se camufla con frases huecas sobre "la necesidad de salvaguardar la seguridad de los ciudadanos". Pero lo que ocurre de verdad es que nadie arriesga un euro, y menos la FIFA „una organización que tiene 17 altos cargos acusados de corrupción„, cuando están en juego los ingresos colosales de otro campeonato de fútbol.

Balad, la ciudad donde fueron asesinados hace quince días los primeros hinchas iraquíes, está muy cerca de Samarra, la ciudad que aparece en el antiguo apólogo oriental de la muerte y el jardinero. Según este apólogo, el criado de un mercader se encontró a la muerte en un mercado de Bagdad, y cuando ésta le hizo un gesto de amenaza, el criado cogió el caballo de su amo y huyó a Samarra. Ese mismo día, el mercader se encontró con la muerte en el mismo mercado, y le preguntó por qué había amenazado a su criado. "No era un gesto de amenaza „contestó la muerte„, sino de sorpresa. Me sorprendió encontrarme aquí a ese hombre, porque yo tengo esta noche una cita con él en Samarra".

Si la muerte nos va a encontrar sea donde sea, aquí o allá, en Samarra o en Bagdad, al menos podríamos hacerles ver a los simpáticos criminales del ISIS que no les tenemos miedo. Ya sería mucho.

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