Los datos de la asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada (y otras muchas entidades defensoras de derechos humanos) no admiten duda: millones de cristianos en el mundo sufren violencias y opresión en países de mayoría musulmana. El hostigamiento sistemático, la marginación y los crímenes no se explican porque los cristianos intenten rebelarse, sino por el hecho de ser cristianos, algo que obstaculiza la dimensión totalitaria de la religión en dichos países. Una violencia de casi nula repercusión en términos de movilización cívica y escasísima denuncia mediática.

El miedo, el marxismo postmoderno, la ignorancia o la infantilización despreocupada de parte de la ciudadanía son motivos que pueden explicar esta incalificable pasividad social, pero destacaré en forma de frase lapidaria la coartada que los incluye a todos bajo una pátina de pueril tolerancia: "Debemos respetar a otras culturas".

Piénsenlo, todos tenemos algún amigo que nos mira con reproche al escucharnos criticar las burradas que tienen que padecer los cristianos en Indonesia, Irak, Mali, Arabia, Pakistán, Irán, Egipto, etc. A su parecer, cuando criticamos otras culturas lo hacemos desde nuestro punto de vista moral "eurocentrista", lo cual implica nos dicen tener que aceptar el mismo criterio como crítica.

A nuestro amigo no le convence nuestra indignación, y eso que señalamos atrocidades acaecidas en sociedades en las que la cerrazón rigorista impone obligatoriamente la fe y convierte en heroico todo intento de distanciamiento crítico. Tampoco le parece relevante la inexistencia de libertades básicas, como la ideológica, la religiosa, de expresión, creación artística o libre información. Nada conseguirá cambiar el gesto reprobador de nuestro amigo, nada... porque su boba e incondicional tolerancia bebe de un dogma, tan falaz como políticamente correcto: cualesquiera sistemas culturales deben ser respetados.

Esta tontada es, pese a su asfixiante popularidad, sorprendentemente fácil de desmontar, porque del hecho de que exista una forma de vida no deriva la consideración de su valor moral, así de sencillo. Por tanto, quien defendiere tamaña estupidez estaría postulándose a favor del respeto por todo lo existente por el solo hecho de existir.

Así, la inasumible mamarrachada del respeto total "cumbayá", defiende en el fondo la riqueza moral de toda cultura y constituye el pilar fundamental del relativismo cultural, una posición filosófica que constituye el trasfondo del relativismo como ideología social. Hablamos de una ideología profundamente perturbadora para la comunicación social. En primer lugar porque afecta a la "tornillería cerebral" en la medida en que las personas infectadas por ella (sean o no conscientes de su afección), son incapaces de justificar con coherencia dónde radica la "riqueza" de considerar al cristiano como un hereje merecedor de marginación y violencias, en el seno de sociedades que contemplan la libertad del individuo como una perversión.

Y, en segundo lugar, porque favorece la incomunicación y el recelo entre ciudadanos. Este penoso fenómeno se explica en la medida en que, al constituir una ideología, el relativismo tiende a ofrecer una burda visión totalizante de la realidad en la que el crítico con el dogma es automáticamente desacreditado como "fóbico antimusulmán", "fascista", etc., y desde esa atalaya de estupidez políticamente correcta se considera que la "cerrazón" no está en las barbaridades antes explicadas sino en quienes las denuncian.

* Profesor del CESAG