I. Sobre qué cosas deben ser demolidas

Se comprende que hablar de las cualidades arquitectónicas de un edificio o de un monumento desligándolo de cualquier implicación ideológica es, para algunos, un ejercicio difícil. Pero debemos defender la necesidad de llevarlo a cabo. Las razones que aconsejen, o no, su demolición deben relacionarse con sus valores arquitectónicos o artísticos. Valorar más el significado ideológico ha conducido, en la historia, a resultados poco deseables. De las muchas mezquitas o sinagogas que hubo en Palma, no queda ni una; y también desaparecieron memorables edificios con la desamortización promovida por el infausto Mendizábal a mediados del XIX: Palma perdió la iglesia gótica y el convento de Santo Domingo, entre otras joyas. El que alguien se declare ateo irredento no parece que deba inducirle a demoler iglesias, y tampoco parece justificado que un cristiano convencido apoye la eliminación de mezquitas o sinagogas.

Afortunadamente la historia permite también contemplar actitudes que siguieron el camino opuesto. Cuando los turcos conquistaron Constantinopla (1453) se encontraron con el mayor símbolo construido de la cristiandad bizantina: la basílica de Santa Sofía. Pero, a diferencia de lo que „salvo contadas excepciones„ habían hecho los cristianos en la España musulmana (Toledo, Granada, Palma, Sevilla, Córdoba, etc.), los otomanos respetaron la enorme iglesia; y no sólo eso: la tomaron como modelo para un nuevo tipo de mezquita, empezando por su vecina, la Mezquita Azul. Y mantuvieron también en pie numerosas iglesias bizantinas que hoy podemos visitar en Estambul aunque junto a ellas se haya construido una mezquita. ¡Los malísimos turcos tuvieron la sensibilidad suficiente para conservar las iglesias cristianas! Otros casos ejemplares podemos verlos en Italia. Entre la arquitectura llamada de "estilo fascista" „una mezcla de racionalismo y clasicismo que abundó en la Italia de Mussolini„, la había buena, regular y mala, y en las ciudades italianas, sobre todo Milán y Roma, abundan los edificios de esa época. Algunos de ellos merecerían ser demolidos? por su escaso valor como arquitectura. Otros, en cambio, tienen notable interés y a nadie se le ocurriría proponer su desaparición: la Casa del Fascio, en Como, es una obra maestra de Giuseppe Terragni que ha sido rehabilitada con el máximo cuidado sin que a nadie se le haya ocurrido eliminarla.

Resumiendo: si se puede justificar que algún elemento construido carece de valor, supone una agresión al entorno o tiene una ubicación poco afortunada, bienvenidos sean los argumentos que justifiquen su derribo. Analizar sus defectos o virtudes desde un punto de vista carente de prejuicios ideológicos parece más civilizado que lo contrario. Y este criterio podría aplicarse a todas las supuestas obras de arte que "embellecen" nuestra ciudad. Un caso lacerante es el enorme objeto de cubos escalonados que fue colocado con impertinencia sobre la muralla renacentista de Palma, junto al baluarte de Sant Pere. Resulta „en opinión de todas las personas que hemos podido consultar„ estéticamente execrable, y además supone un evidente atentado a nuestro patrimonio.

II. Sobre el arquitecto Francesc Roca

El autor del monumento de sa Feixina, Francesc Roca (1870-1940), puede considerarse como uno de los mejores arquitectos mallorquines del siglo XX. Muy preocupado por las corrientes de vanguardia del momento, emigró a Argentina en 1910. Pero nos dejó varias obras de gran interés: al edificio modernista de Can Casasayas no se le ha dado la importancia que merece. En los años en que el edificio fue construido (entre 1908 y 1910) Gaudí estaba en Palma puesto que por aquellos años (1904 a 1914) llevó a cabo sus intervenciones en la catedral. Gaudí conoció sin duda la obra de Roca, y es posible que existiera alguna relación entre el edificio de Can Casasayas y La Pedrera de Gaudí, ya que ambos fueron construidos en los mismos años. Otro proyecto de interés es el que dibujó para Casa Roca (1909), aunque no llegó a realizarse. Muestra la inquietud del arquitecto, atento a las corrientes más vanguardistas: el proyecto recoge las maneras compositivas de arquitectos como HH Richardson (Sever Hall, Harvard 1880), o el inglés Townseed (Whitechapel Art Galery 1896; Bishopstage Institut, 1894; Horniman Museum, 1901), que son referencias para lo que luego fue la Secesión vienesa (Otto Wagner, Kirche am Steinhof, Viena, 1908) y el primer racionalismo de Adolf Loos. Otra obra notable de Roca en Palma es el edificio de viviendas de Plaza Hornabeque (casa Magín Marqués), de un racionalismo depurado.

III. Sobre qué es arquitectura fascista

En los años 20, 30, 40, la arquitectura moderna en Europa era de estilo racionalista. Le Corbusier (1887-1965), Walter Gropius (1883-1969) y Mies van der Rohe (1886-1969), estaban en su momento álgido. Las excepciones estaban en Alemania y en Italia, donde la arquitectura venía muy condicionada por una intención política. Hubo tres claras influencias en la arquitectura llamada fascista que se hacía en la Italia de Mussolini (1922-1943): el regionalismo, que aportaba identidad (Mussolini era muy nacionalista), el clasicismo „que aportaba monumentalidad„ y el racionalismo, que era el estilo europeo de vanguardia y daba imagen de modernidad.

Los arquitectos italianos tomaban, de cada una de estas referencias, lo que cada uno consideraba adecuado, y encontramos obras exclusivamente regionalistas que recuperan elementos de la arquitectura tradicional, otros clasicistas, y otros escuetamente racionalistas. El arquitecto más representativo de esta situación es sin duda Marcello Piacentini (Pallazzo Giustizia Milano, 1933) que mezclaba las tres tendencias. Y los mejores entre los racionalistas puros fueron probablemente Giuseppe Terragni (la Casa del Fascio) y Luigi Moretti.

En España, durante la segunda República (1931-36), la arquitectura de mayor interés iba por caminos del todo racionalistas: Sert, GATEPAC, García Mercadal, Gutierrez Soto, Rodríguez Arias, etc. Esta corriente está representada en Mallorca por arquitectos como Casas, Roca, Muntaner, Oleza, y otros.

Un caso llamativo es la escuela que Guillermo Forteza proyectó junto a sa Feixina. Forteza (1892-1943), aunque era cinco años más joven que Le Corbusier, se había inclinado siempre por una arquitectura regionalista y llevó a cabo obras de interés. Pero proyecta, en 1934, un edificio „la escuela de sa Feixina„ que se inspira claramente en la arquitectura de la Italia de Mussolini, sobre todo en Piaccentini. Este edificio de Forteza es una genuina muestra de la arquitectura llamada fascista, pero también es, para quien quiera verlo, un excelente proyecto. Hay que esperar que ahora a nadie se le pase por la cabeza demolerlo.

IV. Sobre el monumento de sa Feixina y su entorno

El monumento de sa Feixina (1941) muestra una tendencia compositiva que en absoluto cabe relacionar con la arquitectura de la Italia fascista, sino con el diseño de los rascacielos norteamericanos. Algunos de ellos como el Chrysler (1930) o el Empire Estate (1931) eran de reciente construcción, y su influencia en el monumento de Roca es evidente, tanto en su composición volumétrica como en sus proporciones. Se trata de un ejercicio donde el arquitecto lleva a cabo una "maqueta" de un rascacielos. Esta tendencia fue también común en el diseño de monumentos de esa época en Estados Unidos o en la Unión Soviética (pabellón Expo de París, 1937) o en Argentina (monumento a la bandera en Rosario, de A. Bustillo y A. Guido, 1940).

El diseño de Roca se vió muy perjudicado por los elementos añadidos „escudo, letreros, figuras„ que, esos sí, remitían a un discurso y a una estética propia del régimen franquista. Es más que probable que, conociendo la obra del arquitecto, esos añadidos „claramente sobrepuestos y con escaso criterio„ no formaran parte del diseño original, y el monumento se ha visto muy favorecido con su eliminación.

Este monumento, nos guste o no, forma parte de nuestro patrimonio cultural „como lo haría cualquiera de las muchas mezquitas que hubo en Palma y que fueron lamentablemente demolidas„ y tiene, a nuestro juicio, suficientes valores arquitectónicos para ser conservado. El movimiento que se ha generado para favorecer, o no, su demolición debería basarse, más que en pulsiones ideológicas, en una información exhaustiva y un análisis minucioso de sus valores arquitectónicos. Los arranques viscerales, tan propios de nuestro país, a menudo nos remieten a épocas pretéritas y deberíamos ser capaces de empezar a sustituirlos por análisis capaces de valorar los méritos o defectos de una obra al margen del significado que en su día tuviera. En todos los países europeos estas actitudes están ya superadas. En Italia se conservan innumerables edificios y monumentos de la época de Mussolini „como todo el complejo del Foro Itálico„ conservando incluso, algunos de ellos, el nombre del dictador. Y muchos monumentos o edificios de esa época son reconocidos por su valor objetivo. No hay que olvidar que todo esto forma parte, precisamente, de la memoria histórica de un pueblo. Hacer desaparecer estos vestigios equivale a no querer verlo, a esconder la cabeza bajo el ala. Mantenerlos es un signo de asunción y superación de un pasado que, por mucho que hagamos por borrarlo, seguirá estando ahí. Vale más reconocerlo.

Por otra parte, tanto el espacio del parque de sa Feixina como el propio monumento han sufrido una evidente transformación desde su creación. El primero ha pasado de ser un espacio en primera línea a verse muy alejado del mar, separado por el Paseo Marítimo y por todo lo edificado en la zona del puerto de pescadores. El segundo ha sido ya limpiado de sus símbolos políticos y seguramente mejoraría si se eliminaran las pocas figuras escultóricas que quedan.

En nuestra opinión esta obra, tal vez la última de un excelente arquitecto mallorquín como fue Francesc Roca, contiene más virtudes que justifican su conservación que defectos que la hagan objeto de demolición. Y si llegara a derribarse, es posible que los motivos de arrepentimiento se hicieran patentes poco tiempo después.

* Arquitectos