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José Carlos Llop

A vueltas con Cela

Somos una sociedad donde la creación del personaje es a veces más importante que la creación artística en sí misma. No es un trabalenguas. Suele llamar más la atención un artista con máscara pública „provocadora a ser posible y militante de lo nuevo aunque lo nuevo sea una chorrada„ que su obra. Es más: su obra „o mejor: la noticia de su obra, otra cosa es que lo lean„ llegará a más gente cuanto más llamativo sea el personaje creado por sí mismo. En un país cuya aportación particular ha sido la picaresca, esto no es raro. Y el mundo artístico está lleno de pícaros que suplen un talento corriente por una máscara más o menos estrambótica y un personaje mentirosillo y conspirador en beneficio propio. (Y también pasa en lo público en general). Todo esto lo supo Cela desde el principio. Y desde el principio se aplicó a ello con tanta minuciosidad como entusiasmo. Quería conquistar el mundo y no le fue mal. Pero en el caso de Cela había otra cosa: había una obra de calidad y muy distintos registros detrás. Había pasado antes con Valle Inclán y pasaría después con Umbral. El modelo era el mismo y el resultado muy parecido: todos recuerdan a Umbral, pero ¿quién lo lee ahora? (y hablo de alguien que ha creado escuela en el articulismo nacional: mucha más de lo que parece). Y todo el mundo recuerda a Cela, pero ¿quién lo lee? La gente, como mucho, se acuerda del Pascual Duarte, del Viaje a La Alcarria y de su barojiana La Colmena. Pero cuando el personaje ha muerto, aunque su eco permanezca en el bárbaro anecdotario nacional, ¿se le sigue leyendo?

El caso es que da la impresión de que ha comenzado una operación rescate. Salvemos al soldado Cela, actualmente en sus pantallas. No voy a sumarme a esa operación por dos cosas. La primera es que siempre he escrito bien sobre Cela. Bien no quiere decir ser un lamelibranquio o un oportunista, sino alguien ajustado a la realidad y sin más interés que la literatura: la suya y, por supuesto, la mía. Nunca lo cuestioné por detrás -como sí he visto hacer a otros que le debían algo, o le debían bastante-, ni tuve la tentación de lucirme a su costa, una vez desaparecido (como también he visto hacer). Cuando escribí En la ciudad sumergida, le dediqué un capítulo entero. Como hice con Villalonga y Cristóbal Serra, dos escritores presentes en mi formación. En alguna ocasión se me criticó lo de Cela en el libro y tuve la sensación de que quien lo hacía, tenía en su concepción de nuestra sociedad la necesidad „con prurito ideológico„ de borrar el paso de CJC por ella. En cambio ese paso fue „para un segmento de esa sociedad„ importante en sí y lo fue personalmente para mí, pues el primer escritor, digamos serio, que me publicó fue Cela. Yo tenía veinte años y gracias a Fernando Corugedo, Cela me publicó unos poemas en Papeles de Son Armadans. Lo hizo varias veces y en distintos años. Me escribió algunas cartas agradeciéndome artículos míos y al casarme me regaló -sin que yo le dijera nada ni, por supuesto, invitara a la boda- la primera edición de Pisando la dudosa luz del día, su único libro de poemas. Con una hermosa dedicatoria. Pero esto son argumentos ad hominem. Pasemos a lo importante: la segunda cosa.

En el caso de CJC el personaje tapa la obra. Y en el personaje entra incluso su aspecto, donde más podía pasar por el presidente geniudo y coñón de un consejo de administración „disculpen tanto cañón aliterativo„ que por un escritor. Hablo de los años 70 y posteriores. Y sin embargo Cela era en literatura todo lo contrario a su aspecto físico, qué cosas tan curiosas tienen los artistas, que diría Lola Flores. Cela era „y no se espante nadie„ la vanguardia en la narrativa española. Y lo fue antes que los tres Juanes: Benet, Goytisolo y García Hortelano, por citar a tres novelistas que me gustaban mucho más que Cela. San Camilo, 1936, Oficio de tinieblas o Mrs Cadwell habla con su hijo estuvieron antes que Volverás a Región, Señas de identidad o El gran momento de Mary Tribune. Esto no es ninguna tontería, entre otras cosas, porque Cela ha quedado en el imaginario colectivo y por culpa de su personaje como todo lo contrario (un reaccionario incluso). No suele hablarse de él „o se hace poco„ como vanguardista. Y lo fue en el estilo y lo fue en el lenguaje. (Y eso puede que también ayude a que se le lea menos, excepción hecha de los departamentos universitarios).

Pero después hay algo tan o más

importante, que es su aportación a la dignidad del escritor en la sociedad.

Del oficio de escritor, quiero decir y a través del único lenguaje que todo el mundo entiende: cobrar por su trabajo. Antes que Carmen Balcells, estuvo Cela. La vanidad del escritor, la vanidad del artista -tan estúpida como cualquier otra vanidad- le ha empujado a menudo a publicar sin cobrar. Cela acabó con eso desde cierta concepción moderna del oficio y a partir de él, todos sabemos -por si no lo habíamos aprendido antes- a qué debemos atenernos cuando se nos requiere y cómo hay que tratar a quien lo hace sin el debido respeto. Cela supo desde el principio que los escritores acostumbran a comer. Pero que también les gusta no pasar frío en invierno y viajar de vez en cuando. No crean que fueran tantos los que entonces pensaran lo mismo. La bohemia y todo ese inútil bla, bla, bla, ya saben, que tantas veces camufla el capricho, la mimadura y la falta de voluntad y de talento.

Que después estuvo „en Camilo José Cela„ todo lo demás „huida y decadencia incluidas„ ya lo sé. Pero he conocido a tantos de mi gremio que eran lo mismo y su literatura, en cambio, fue o es mucho menor que la de Cela, que, en fin, lo dicho es más que suficiente.

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