La crisis ha debilitado seriamente la clase media. Las tasas de paro españolas una anomalía en Europa sólo compartida con Grecia y la precariedad del mercado laboral han provocado que haya siete millones de personas que, aun trabajando, no alcanzan el salario mínimo en cómputo anual. Muchos lo están pasando mal, y mucha gente se muestra legítimamente preocupada y escandalizada, pero hay otros factores que tener en cuenta. Ante las crisis, a lo largo de la historia y la geografía se repite con exactitud milimétrica el mismo fenómeno: la aparición de profetas. Aprovechando y fomentando el descontento, la inseguridad y la frustración de la población, los profetas ofrecen soluciones mágicas, milagrosas, como las de aquellos vendedores de crecepelo que prometían cabelleras leoninas a los que habían perdido la suya.

Que la nueva política no es tanto una construcción ideológica como una corriente emocional, producida por la crisis internacional y convenientemente aprovechada por iluminados, lo demuestran los brotes populistas simultáneos en Estados Unidos y Europa: Alexis Tsipras en Grecia, Pablo Iglesias en España, Marine Le Pen en Francia, Norbert Hofer en Austria, Nigel Farage en el Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos? Aunque adopten formas distintas, su fundamento es el mismo, y en este sentido sí que existe, como muchas veces ha afirmado Pablo Iglesias de su partido, una clara transversalidad que desborda el eje tradicional izquierda-derecha. Todos estos partidos comparten una misma visión de las cosas, un mismo enfoque de la realidad. Recientemente Iñigo Errejón ha reconocido el hilo que une a Podemos con Marine Le Pen basado en "la necesidad de (?) sentirse parte de algo". "Yo quiero ser parte de un pueblo (?) que en las malas me protege", añade Errejón. Porque la nueva política es exactamente eso: ante la inseguridad, retornar a la tribu. Las recientes declaraciones en este sentido de Anna Gabriel no son casuales.

Lo malo es que la manera en que los profetas populistas agrupan a la tribu, sean griegos, españoles o franceses, suele ser la misma: definir a los de fuera como enemigos. Pueden ser los extranjeros, los inmigrantes, la troika, los liberales, o la España que nos roba. Lo importante es tener a alguien sobre quien descargar la ira y a quien culpar cuando las recetas mágicas fracasen como inevitablemente siempre hacen. Por eso los profetas populistas son tan destructivos, porque las construcciones tribales se alimentan de la confrontación: hemos visto su poder destructivo en Europa en la primera mitad del siglo XX, pero podríamos remontarnos mucho más atrás en el tiempo. La nueva política resulta ser muy vieja.

Esta es la disyuntiva a la que nos enfrentamos en las próximas elecciones: o elegir opciones constructivas o sucumbir al canto de sirena de los profetas, sus soluciones mágicas y su señalamiento de enemigos. Necesitamos imperiosamente recuperar la clase media y trabajadora, regenerar la vida política, crear un sistema educativo de calidad. Debemos, además, afrontar el reto separatista que pretende romper España y acabar con la igualdad de todos los españoles. Para conseguirlo necesitamos una política constructiva que busque amplios consensos entre los partidos. Exactamente lo opuesto a las políticas de confrontación de los profetas populistas, que acaban arrastrando al desastre incluso a los mejor intencionados.

* Diputado y candidato por Ciudadanos al Congreso de los Diputados