Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

¿Y si el bipartidismo no fuera tan mala idea?

En vísperas de 20D, con unas encuestas en la mano que auguraban el fin del bipartidismo imperfecto y el surgimiento de un gozoso pluripartidismo que obligaría a tramar sólidos acuerdos y a consumar creativos pactos, se percibía un ilusionante ambiente de renovación que auguraba lo mejor para este país, un tanto decaído a causa de la crisis y de la generalizada convicción de que el modelo de convivencia se nos había quedado viejo y había que modernizarlo.

La realidad ha sido, de momento, menos positiva. De entrada, en los generosos cuatro meses que nos ha brindado el ordenamiento para decantar acuerdos y pactos, el fracaso ha sido rotundo. La inexorable decisión de no contaminarse con los pecados del vecino o la incompatibilidad incorregible entre los planteamientos de unos y otros ha impedido la formación de una mayoría y ha obligado a la celebración de nuevas elecciones. Con la particularidad de que nada garantiza que después del 26 de junio cambien las actitudes y se faciliten los acercamientos.

En este plazo transcurrido, y como ha señalado inteligentemente Ramonet, se han evaporado aquellas estrategias de transversalidad que iban a formalizar nuevas hegemonías, desvinculadas desde luego de los viejos antagonismos entre la derecha y la izquierda. Después del largo impasse que hemos vivido tras el 20D, el futuro se plantea cada vez más como una pugna entre las fuerzas de derechas el Partido Popular y Ciudadanos y las de izquierdas el PSOE y la coalición Unidos Podemos, con la particularidad de que las grandes polémicas preelectorales no están siendo (ni se vislumbran en el inmediato futuro) las planteadas entre las formaciones de babor y las de estribor sino las que tienen lugar en el interior de cada hemisferio. La gran rivalidad conservadora es entre el PP y Ciudadanos, y, sobre todo, la lucha por el control de la izquierda tiene lugar entre el PSOE y la alianza populista-comunista de más a babor.

Este realineamiento facilitaría las cosas si no fuera evidente que hay odios cainitas entre el PSOE y Unidos Podemos, y una extraordinaria antipatía entre el PP y C's. Por lo que nada sugiere que Rivera está hoy dispuesto a dejar gobernar tranquilamente a Rajoy, ni mucho menos que el PSOE y sus vecinos de la izquierda radical ésta es la denominación adecuada tras la incorporación de Anguita a la fiesta vayan a aliarse bajo la batuta del que finalmente venza en la pugna que ambos mantienen entre sí? En definitiva, el tan ansiado pluripartidismo (todavía mitigado por la ley de d'Hondt) no asegura la estabilidad ni conduce a mayorías de gobierno cohesionadas, congruentes con un programa común.

En estas circunstancias, si no se modificase el modelo electoral, lo lógico sería que el electorado fuera cediendo cada vez más a la tentación del voto útil, como había sucedido hasta el 20D, de forma que se acabase formando de nuevo, espontáneamente, un bipartidismo imperfecto, con dos potentes actores, uno a la diestra y el otro a la siniestra del espectro. Al término de este viaje, deberíamos preguntarnos en todo caso si habría valido la pena el esfuerzo de realizar tan gran rodeo para terminar en el mismo sitio.

Puede suceder también que, en cuanto se forme gobierno, prospere la idea de reformar la ley electoral para consagrar la proporcionalidad pura que algunos reclaman? (otros, más conscientemente, propugnan el modelo alemán, que es inobjetable, pero sus partidarios no parecen ser mayoría). En este caso, entraríamos en un delirio semejante al que vivió la Italia de posguerra, con pentapartitos en el gobierno y gabinetes que duraban de media menos de un año. A la vista de un panorama tan expresivo, quizá, en fin, haya que concluir en que no era tan malo el bipartidismo, ya que, según se va viendo, el problema estaba en el interior de los partidos falta de transparencia y de democracia interna y no en el modelo.

Compartir el artículo

stats