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Antonio Papell

Errejón y la socialdemocracia

El número dos de Podemos, Íñigo Errejón, ha comparado este fin de semana la socialdemocracia con el lince ibérico, "que sale en los libros pero es difícil de encontrar". Quizá una reflexión facilite el hallazgo.

Un estudio reciente del Instituto Valenciano de Investigación Económica (IVIE) y el BBVA, que detectaba la proletarización brutal de la clase media española con la crisis, estudiaba con rigor el papel lenitivo que habían desempeñado las políticas públicas a los largo del proceso de empobrecimiento de la población española a causa de la doble recesión experimentada, que en nuestro caso se combinó, además, con el estallido de la burbuja inmobiliaria.

El estudio en cuestión llegaba a una conclusión que la socialdemocracia tardó mucho tiempo en aprender: los efectos redistributivos de las políticas públicas se producen mucho más por el lado de los gastos (transferencias monetarias y servicios públicos gratuitos) que por el de los ingresos (impuestos directos). En concreto, la mayor reducción de la desigualdad entre 2004 y 2013 fue debida al sistema de pensiones (representaron en 2013 el 46% del efecto total de reducción de la desigualdad), porque suponen un volumen de gasto muy elevado y ofrecen ingresos a muchos hogares cuyos miembros no tienen actividad laboral. La segunda política de gasto en importancia resultó ser la de servicios públicos, que contribuyó en un 27% (15% sanidad y 12% educación) a la reducción de la desigualdad que provocó el sector público. La contribución de las prestaciones por desempleo y resto de prestaciones sociales representó el 19%. Y finalmente, el sistema fiscal tuvo un efecto redistributivo modesto, un 8% del efecto total de las políticas públicas en 2013, tras ir perdiendo peso a lo largo del periodo estudiado.

La socialdemocracia clásica que tuvo en Europa su auge tras la Segunda Guerra Mundial „el modelo sueco, para entendernos„ hizo excesivo hincapié en las políticas de ingresos, y se desacreditó al postular sistemas fiscales cuasi confiscatorios que lastraron el crecimiento y la iniciativa, desincentivaron el trabajo y abortaron el emprendimiento, por lo que acabaron viéndose desbordados por las tesis liberales. Cuando lo deseable es que el Estado, que ha de garantizar ineludiblemente la igualdad de oportunidades en el origen, se dedique sobre todo a sostener un sistema generoso de previsión social y unos potentes servicios públicos universales y gratuitos „sanidad y educación„ y unos sólidos servicios sociales.

No se trata, evidentemente, de eliminar la progresividad del impuesto sobre la renta, que además de desempeñar un papel relevante en la provisión de recursos para el sector público, transmite valores y muestra plásticamente el criterio rector de justicia distributiva según el cual los que más tienen deben realizar un esfuerzo superior para hacer realidad el desiderátum de una estratificación social sin indigentes. Lo importante es que se sepa que la nivelación social se logra sobre todo fortaleciendo las herramientas mencionadas, que deben compendiar por tanto lo principal de la acción pública y que bien podrían considerarse las bases de la socialdemocracia.

Nuestras sociedades no toleran hoy la ineficiencia, por la sencilla razón de que la globalización nos sitúa en un tablero muy competitivo, del que no podemos escapar sin sumirnos en la marginalidad. Y esa necesidad de competir, de generar riqueza para conseguir empleo y bienestar, nos obliga a acatar unas reglas ingratas pero inexorables, que son básicamente las que delimitan los contornos de la Unión Europa. A la vista está que las excentricidades „Syriza es el ejemplo más a mano„ son inviables y, en última instancia, deben ser reconducidas a los cauces del capitalismo con alma que son, a la postre, los del sentido común.

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