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Antonio Papell

Otegi, héroe en Cataluña

Arnaldo Otegi, secretario general de Sortu la nueva izquierda abertzale, recién salido de prisión tras cumplir una considerable condena por integración en organización terrorista, termina hoy una visita de tres días a Cataluña en la que ha sido recibido como un héroe, con todos los honores oficiales y oficiosos. No sólo la CUP, que ha cursado la invitación, le ha rendido pleitesía sino también las principales fuerzas nacionalistas: el líder vasco ha sido recibido oficialmente por la presidenta del Parlamento catalán, Forcadell, de ERC, y la de la Comisión de Exteriores, Marta Pascual, de CDC. La alcaldesa Colau ha prestado un local municipal para el agasajo y Cataluña Sí que es Pot ha acudido a los fastos en primera fila. Además, Otegi ha protagonizado varios actos públicos, una de los cuales tenía como inefable lema "Tiempos de paz, vientos de libertad, la solidaridad es la ternura de los pueblos". El PP, Ciudadanos, el PSC, entidades como Sociedad Civil Cataluña y las asociaciones de víctimas del terrorismo han expresado su protesta.

La prensa de Madrid destaca que Puigdemont se ha mantenido al margen de la vista pero tal circunstancia no parece demasiado relevante: lo cierto es que el independentismo catalán ha querido hacer bandera de este "luchador" irredentista, que ha "plantado cara al Estado opresor". En otras palabras, es evidente que el soberanismo y no sólo ese extraño secesionismo ácrata y radical de la CUP sin también el más moderado de ERC y de CiU han adoptado al personaje como referente ideológico y político.

El proceso soberanista catalán proviene, como es conocido, del catalanismo político, vieja corriente intelectual vinculada al nacionalismo romántico del XIX que Jordi Pujol rescató a mediados del pasado siglo para construir CDC, bajo cuyos auspicios adquirió corporeidad la moderna Cataluña, vinculada al Estado español por lazos que parecieron sólidos hasta que surgió la conocida conflictividad posterior. Hoy, el catalanismo se ha esfumado, al tiempo que desaparecía el referente de Jordi Pujol y su familia, laminados por la corrupción rampante de la que fueron conspicuos adalides. Por eso, seguramente, el independentismo, que ya no puede invocar la figura patriarcal de Pujol, busca referentes foráneos, y lo hace precisamente en las antípodas de lo que fue el proceso catalán: porque conviene recordar ahora la macabra paradoja de que la moderada Cataluña también fue víctima de la horda etarra. Todavía resuenan en los oídos de muchos catalanes el estallido horrísono de la bomba de Hipercor, uno de los más sanguinarios atentados indiscriminados de la banda terrorista.

Otegi no es, como se ha dicho, un hombre de paz, sino un activista de ETA que vio antes que sus conmilitones que la organización terrorista estaba irremisiblemente derrotada por lo que lo inteligente era dejar de matar el minuto anterior a la derrota formal y definitiva. En definitiva, Otegi no ha sido el que, tras una honrada reflexión, ha denunciado la vileza detestable del asesinato como arma política sino el oportunista que ha saltado a tiempo del tren en marcha que corría a estrellarse contra un muro y que, una vez desmantelada la banda criminal, trata de explotarla políticamente. Sin exigir a lo que queda de ETA que se disuelva en gesto de buena voluntad; sin pedir perdón explícitamente a las víctimas que entregaron su vida a la causa democrática, combatida por una cuadrilla de fanáticos; sin reconocer el error y el tremendo daño causado. Por ello, este homenaje absurdo a Otegi refleja una deriva insolente y errática del nacionalismo catalán, que explica el creciente desapego que muestra hacia él una ciudadanía que no entiende cómo se homenajea ahora a los mismos que sembraron no hace tiempo el terror en las calles de Cataluña.

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