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Camilo José Cela Conde

Gentío

Comentaba hace poco en estas mismas páginas Rubén Rial que la sensación de que Mallorca está saturada se encuentra bastante extendida. Bastaría...

Comentaba hace poco en estas mismas páginas Rubén Rial que la sensación de que Mallorca está saturada se encuentra bastante extendida. Bastaría para comprobarlo con circular por la Vía de Cintura cualquier día a primera hora de la mañana o intentar colarse en Palma durante la temporada turística en cuanto caen cuatro gotas. Somos demasiados y, a la hora de pensar por qué, a todos se nos ocurre que el turismo de masas ha llevado a la paradoja de que la principal fuente de riqueza de la isla puede ser a la vez su perdición. Tanto se ha escrito acerca de las servidumbres del turismo de sol y playa que resulta ocioso volver a hacerlo pero en esta ocasión se añade una componente que va más allá de la economía. A lo que se refieren tanto el profesor Rial como quien plantee que la población de la isla ha sobrepasado el límite de lo razonable es a una ley muy conocida de la ecología y la genética de poblaciones: existe un límite para todo territorio, el que marca su capacidad de carga, más allá del cual sus habitantes tenderán a disminuir por causas digamos naturales. Los recursos no dan para semejante gentío.

Por supuesto que la especie humana escapa de esa ley o, mejor dicho, matiza su alcance. No sólo tenemos medios técnicos sobrados para cambiar al alza la capacidad de transporte de una isla -instalando desaladoras o llevando el agua en barcos-botijo, por ejemplo- sino que tendemos a aplicar soluciones políticas para que no se supere el límite de la población razonable. De tal suerte, alejamos el peligro del ajuste duro, la aparición de epidemias y hambrunas que diezman la población en exceso. Eso es lo que acaban de hacer las autoridades tailandesas en la isla de Koh Tachai al comprobar que los muchos turistas que pasan por ella destruyen los recursos naturales que sirven de reclamo. Cerrar la isla a los visitantes es desde luego una solución radical y eficaz. Otra cosa es que resulte además viable porque, tratándose de Mallorca, dudo mucho que haya autoridades dispuestas a impedir que entren los turistas incluso si, como es el caso de Koh Tachai, se hace una excepción con los más deseables: los buceadores, en el enclave tailandés; los de lujo, en nuestro caso.

Así que me temo que ni siquiera todos los artículos imaginables escritos por expertos en cuestiones de hábitat puedan lograr que se tomen en serio las amenazas del gentío. De hecho, se lanzan vítores cuando las previsiones apuntan a la llegada masiva de turistas este año. Seguimos creyendo que hacer caja a muy corto plazo es la situación deseable por más que a nosotros también nos esté sucediendo lo que le ha pasado a Koh Tachai: que el encanto de la isla se desvanece con la muchedumbre, muy a menudo falta de la educación deseable para la convivencia. Así que habrá que confiar en que la madre naturaleza imponga sus soluciones drásticas en cuanto se supere la capacidad de carga de Mallorca. Que a este paso se superará.

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