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El drama francés

Hollande, ya en horas muy bajas de popularidad, ha decidido reactivar la deprimida y átona economía francesa mediante una reforma laboral a la española (el primer ministro Valls ha utilizado expresamente la comparación entre sus medidas laboral y las que aplicó Rajoy) que devuelva competitividad al país y reduzca el elevado en la escala francesa desempleo, que alcanza el 10% de la población activa (unos 3,6 millones de parados).

Pero no solo los franceses de a pie, guiados por el sindicalismo, han respondido con resonantes protestas a semejante iniciativa: también en el seno del PS ha habido una oposición muy importante a la medida. Tanto, que la nueva norma ha debido ser aprobada por decreto, huyendo del proceso legislativo parlamentario normal.

Las preguntas se agolpan, en busca de repuestas, que por ahora se mantienen en el reino de la ambigüedad: ¿es legítimo que un líder socialdemócrata lamine las conquistas sociales por pensar que es lo mejor para su país, en contra de la voluntad de la opinión pública y de gran parte de su propio partido? ¿Es razonable que cierta izquierda la que critica al también izquierdista Hollande mantenga postulados ideológicos que frenan la modernización, como es el caso? Mucho tendrá que reflexionar internamente la socialdemocracia para volver a levantar cabeza.

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