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Una mujer para Cultura

Cada vez es más evidente que el impeachment contra Dilma Roussef ha encerrado una especie de golpe de estado incruento llevado a cabo por una clase política corrupta, que ha buscado un pretexto formal y el descontento del país ante una situación económica adversa para poner fin a un experimento progresista que, pese a este desenlace, ha equilibrado notablemente a un país que registraba inequidades sangrantes antes del acceso al poder del Partido de los Trabajadores.

Los más inquietante es que el presidente interino, Michel Temer, ni siquiera ha ocultado su posición estética y social, que lo delata: en un vasto país mestizo, que alardea de ello y que constituye un gozoso escaparate de razas entremezcladas y distintas, ha formado un gobierno compuesto exclusivamente por hombres blancos, algo que no ocurría desde la dictadura militar. Y cuando se le ha llamado la atención sobre esta selección racista y misógina, el presidente se ha puesto a buscar a una mujer para entregarle la secretaría de Estado de Cultura (con Roussef, había un ministerio de Cultura, degradada a secretaría de Estado por Temer: la derecha siempre degrada Cultura a secretaría de Estado). No se sabe qué es más grave, si el primer impulso de este envarado reaccionario o el designio miserable y precipitado de intentar salvar la cara trayendo a una mujer como guinda del pastel gubernamental.

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