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Antonio Papell

La huella del 15M

Cinco años después del 15M, aquel movimiento de indignación espontánea que dio rienda suelta a la desesperación y a la ira de unas muchedumbres golpeadas por crisis y decepcionadas ante las políticas anticrisis, nada es igual en este país. En parte, porque efectivamente las movilizaciones permitieron que arraigara la simiente del cambio necesario, ante un estado de cosas insoportable; y en parte, también, porque el 15M terminó cristalizando en organizaciones nuevas en las que decantaron liderazgos jóvenes que hoy toman parte activa en el debate público.

El 15M fue una explosión contra la insensibilidad de unos poderes y unas instituciones que, con el argumento de que la crisis era global, aplicaron sin miramiento unas terapias que agravaban objetivamente el malestar de los ciudadanos. Las políticas de austeridad aplicadas a un tejido socioeconómico súbitamente deteriorado era como echar sal en las heridas de la ciudadanía. Por añadidura, aquella insensibilidad del poder se aderezaba con el escandaloso hundimiento de las cajas de ahorros a manos de los representantes políticos y sociales, y con el descubrimiento masivo de episodios de corrupción, que ponía de manifiesto que los mejor instalados en el sistema aprovechaban la crisis para intensificar el expolio en marcha del dinero de todos.

En este sentido,el 15M infundió un cambio de perspectiva de la opinión pública. Cierta condescendencia con la corrupción estructural -la corrupción urbanística creaba riqueza que se repartía entre todos, se llegó a decir en los años felices del crecimiento acelerado- cesó radicalmente, mientras se descubría, para decepción de mucha gente, que determinados referentes éticos y políticos se habían enriquecido hasta la náusea durante le desempeño de sus labores públicas. Y se generó una presión social explícita a favor de la renovación institucional e incluso del sistema representativo.

Con ocasión de este quinto aniversario, Pablo Iglesias ha tenido el acierto de negar que Podemos sea una fase evolucionada del 15M porque aquel movimiento no era una respuesta sino una pregunta, que en realidad reclamaba nuevas formas de representación política. Podemos es, sin duda, la consecuencia más evidente del 15M, pero también lo es en cierto modo Ciudadanos, que responde a una demanda de regeneración en el ámbito liberal, y también provienen del 15M las reclamaciones sociales de transparencia pública, en las instituciones y en los partidos, así como la formulación de políticas más pegadas al terreno, más próximas a las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía. En definitiva, el 15M ha modificado los códigos de valores políticos, el catálogo de preferencias incluidas en la agenda pública y el sistema de representación, que ha dejado atrás el viejo y cómodo bipartidismo y obliga a las elites a someterse a complejos procesos de negociación y pacto para alcanzar el poder, que en todo caso estará sometido a más intensos controles. Además se han acabado -y para bien- los tiempos de las mayorías absolutas, que se caracterizaron por la insensibilidad, el autismo político y la arbitrariedad.

Todo ello no significa que el cambio promovido haya cuajado en una nueva formulación estable y definitiva: todavía estamos improvisando, y el 26J nos ofrecerá nuevas opciones de estabilidad que aclararán el panorama. Pero para llegar a un nuevo estadio democrático creativo y durable, esos saludables ímpetus que nos han traído hasta aquí deben cristalizar en las necesarias reformas de la Constitución y de la ley electoral. Hasta entonces, el sistema de representación no sedimentará del todo, ni dará lugar a una versión más depurada de la democracia, con más conciencia crítica de todos los actores y mayor vinculación entre representantes y representados.

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