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Adultos bajo tutela

La moral es la disciplina que se ocupa de las acciones humanas desde el punto de vista de su relación con el bien y con el mal. Las califica: robar es moralmente reprobable porque está mal desposeer a alguien de lo que es suyo para obtener un beneficio propio. Dar de comer al hambriento es moralmente aceptable porque hace un bien a la persona necesitada. Probablemente el padre de la ética moderna sea Kant, con la formulación de su imperativo categórico para guiar el comportamiento humano. Viene a decir que debemos obrar siguiendo un criterio que pueda servir de máxima universal, esto es, una norma aplicable a todas las actuaciones de cualquiera de las personas. Es decir: el imperativo categórico es una obligación porque obrar según él es lo correcto. No porque saquemos algún beneficio de hacerlo. Kant lo formula también de otra forma: las personas deben ser tratadas como un fin en sí mismas, no como un medio para obtener un provecho.

Aunque algunos sigan pensando que la filosofía es prescindible en los planes de estudios porque no sirve para nada, es importante no olvidar que la moral sólo tiene sentido si se aplica a las acciones de seres racionales, responsables de sus actos, a quienes éstos les puedan ser imputados. Un niño de dos años puede coger una escopeta y matar a alguien. Sin embargo, no consideramos esta acción moralmente mala porque, al carecer todavía de razón, no se le puede atribuir ninguna decisión consciente respecto de la máxima que ha seguido para disparar. Esto ocurre también al revés. Si el mismo niño está en una casa en la que hay un incendio y con su llanto insistente molesta tanto a los vecinos que llaman a la policía, resultando que con ello salva la vida de tres personas, tampoco diremos que su acción es moralmente buena. Simplemente porque no es el resultado de un razonamiento. Lo mismo pasa con los locos y las personas que no están en posesión de sus facultades mentales.

Así, la bondad o la maldad de una acción no depende de sus resultados, aunque la corriente utilitarista calificará como buenos los actos que producen un bien al mayor número de personas. Pensaba en todo esto a raíz del anuncio del departamento de sanidad de París, que ha lanzado una iniciativa que busca incentivar que las mujeres embarazadas dejen de fumar. Lo quiere hacer pagándoles 20 euros con cheques en compras tras cada visita médica. Si la gestante no fuma durante todo su periodo de gestación puede llegar a lograr hasta 300 euros en cheques bebé.

Sin discutir la idoneidad de abandonar los cigarrillos cuando una está encinta, cabe preguntarse por qué el Estado debería alentar a mujeres adultas a obrar correctamente. Es muy probable que en Francia, como en España, existan en la sanidad pública programas de deshabituación tabáquica. La adicción es una enfermedad en la que hay que coger el toro por los cuernos y abandonar el victimismo. No valen excusas de que fumas porque tienes estrés, o bebes porque tuviste una infancia difícil o te drogas porque tu pareja te ha dejado. La voluntad es condición sine qua non para dejar de hacerse daño a uno mismo y -de paso- a los seres queridos. Los que están y los que han de venir. Aunque es evidente que no puede generalizarse y que en algunos casos el camino es mucho más difícil que en otros.

¿Cuál es la razón que debería mover esa voluntad a actuar moralmente bien? Las embarazadas deberían querer dejar de fumar para no dañar al feto, no por 300 euros. Imagine por un momento que usted es un ciudadano francés. Tiene 40 años, un trabajo, le gusta viajar, el deporte y no fuma, ni se droga, aunque le gusta el vino con la comida, una cerveza con los amigos o un gin tonic el fin de semana. Cuando se acerca a un supermercado, casi cualquier producto que compre está gravado con un IVA del 20 por ciento. Por no hablar de la parte de su sueldo que paga en impuestos directos. ¿Es moralmente aceptable que una administración le quite a usted ese dinero para estimular a otros adultos a abandonar sus vicios?

La cuestión de fondo se repite frecuentemente con muchos otros ejemplos. Vivimos en una sociedad con un gran número de individuos incapaces de hacerse responsables de sus propios actos, adultos que quieren seguir disfrutando de las ventajas de seguir siendo niños. Mientras, muchos gobernantes tratan a los ciudadanos como si efectivamente necesitaran de una tutela permanente - a cambio de sus votos-. Como quien promete una bicicleta o una videoconsola a un crío si aprueba todas las asignaturas en junio. Probablemente, los responsables políticos de la educación estén en lo cierto: Kant, la filosofía y cualquier cosa que nos lleve a cuestionarnos por qué hacemos las cosas y si actuamos bien o mal está pasada de moda. Ni puñetera falta que nos hace.

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